Citas para la reflexión

19 marzo, 2008

El asalto de Cuenca

El asalto de Cuenca, única victoria de la campaña, dejó en la memoria de Gabriel una huella profunda. El tropel de los hombres con boina, después de rebasar las murallas débiles como tapias, entraba cual arroyos desbordados por diferentes calles de la ciudad. Los tiros desde las ventanas no lograban detenerles. Todos estaban pálidos, con los labios descoloridos, los ojos brillantes y un temblor homicida en las manos. El peligro arrostrado y la certeza de que por fin eran dueños de la ciudad les enloquecía. Las puertas de los edificios caían a culatazos. Salían hombres despavoridos que caían en mitad del arroyo atravesados por las bayonetas; dentro de las casas veíanse mujeres desgreñadas debatiéndose entre los brazos de los asaltantes, arañándoles con una mano en el rostro mientras con la otra pugnaban para sostener sus ropas.

Gabriel Luna vio como en el Instituto los más montaraces rompían a culatazos los aparatos del gabinete de Física. Clamaban contra aquellas invenciones del demonio, con las cuales creían ellos que los impíos se comunicaban con el gobierno de Madrid, y machacaban contra el suelo con el fusil y con los pies las doradas ruedas de los aparatos, los discos y las primeras pilas de electricidad.
El seminarista contemplaba satisfecho esta destrucción. Él también odiaba, pero con odio reflexivo amamantado en el seminario, las ciencias positivas y materiales, que al final de todas sus deducciones llegaban fatalmente a la negación de Dios. Aunque aquellos hijos de las montañas, en su santa ignorancia, hacían sin saberlo una gran cosa. ¡Ah, si toda la nación les imitase!

En otros tiempos no existían los chirimbolos de la ciencia, y España era más dichosa. Para vivir santamente bastaba con la sabiduría de los sacerdotes y la ignorancia popular, que proporciona una beatífica tranquilidad. ¿Para qué más? Así había permanecido el país durante los siglos más gloriosos de su historia.

Extracto de un libro escrito en 1903.

18 febrero, 2008

Crecer con imaginación

En el Pirineo catalán (zona fronteriza con Francia) sobrevivía hasta hace poco un gran tesoro: algún pueblo con turismo fiel, alojado en alguna minúscula y familiar fonda donde por un módico precio se obtenían días de paz y buen trato. Sus habitantes no se quejaban de su suerte ni envidiaban a la vecindad vendida al ladrillo. Pero se acabó. En Cataluña, si su costa era ya un disparate, el Pirineo presenta el mismo cromo.

Según cifras oficiales del Colegio de Arquitectos de Cataluña, la construcción de apartamentos, pareados, casas singulares y otros disparates tienen el siguiente e insostenible destino: ser habitados una media de 20 días al año. Por si fuera poco, semejante barbaridad requiere de la creación de unas infraestructuras (electricidad, agua, alcantarillado, carreteras) que sólo enriquecen a los que manejan el tinglado.

En el Pirineo, la llegada de los señoritos de Madrid, Barcelona, etc., ha encarecido de tal modo el precio de un boniato, un embutido o el agua, la luz, los impuestos y la vivienda que los del lugar se van a vivir a 500 metros, donde se habla en francés, se puede obtener una vivienda mucho más barata, la especulación es un delito y el paisaje común un bien intocable.

Para habitar una casa un promedio de 20 días al año nos hemos cargado un paisaje irrecuperable, impagable; formas de vida y cultura que se sostenían por la voluntad de seguir siendo lo mismo de siempre amparados ahora por el bien de las nuevas tecnologías.

20 días al año dan para mucho. Ejemplo: para mostrar que para no emplear la imaginación y el buen gusto, preferimos vender territorio a precio de rebaja y comprar luego 30 metros de apartamento a precio de mina de oro. Inmensas y disparatadas urbanizaciones que están ahí desde hace años, sin permisos de nadie, sin alcantarillados, amparadas en un silencio cómplice, las hay en Cataluña a mares.

Extracto de un artículo publicado en 2006.

18 enero, 2008

El abominable hombre de las nueve

Una de las cosas que más me llamaron la atención al llegar a España fueron sus horarios. Por ejemplo, a las cinco de la tarde, cuando en la mayoría de los países terminaba la jornada laboral, aquí recién comenzaba la actividad vespertina.

Según he podido enterarme leyendo una interesante entrevista a Ignacio Buqueras, que preside una comisión para armonizar nuestros horarios con los europeos, antes de 1930 los horarios españoles no diferían de los de aquellos: se almorzaba entre las doce y la una y se cenaba de siete a ocho de la tarde.

El cambio vino con la guerra civil y las razones quizá puedan estar en las dificultades de la posguerra y, sobre todo, en el pluriempleo.

Pero es curioso que ahora, cuando España es uno de los países más prósperos del mundo, los españoles sigan siendo los que cumplan alrededor de doscientas horas más de trabajo al año. Muchas de ellas no remuneradas porque existe una ley tácita que impide que uno se marche antes que el jefe, y si el jefe se queda hasta las nueve...

La precariedad laboral hace que nadie se atreva a revindicar sus derechos. Ni los empleados ni el jefe. Porque éste está haciendo a su vez buena letra para complacer a sus superiores; sus superiores por su parte alargan la jornada para dar buen ejemplo, y así resulta que de cinco a nueve todo el mundo trabaja gratis.

Además, hay que decir que, a pesar de que en España se trabajen más horas, nuestra productividad es baja y en la Unión Europea somos los terceros por la cola.

En otras palabras, se da más valor a la presencia que a la eficacia.

Extracto de un artículo publicado en 2006.

18 noviembre, 2007

Angustias primigenias

El miedo que nos producen las películas de ciencia ficción se parece al que sienten los niños con los cuentos de brujas y tienen la misma finalidad: revivir (o vivir en el caso de los cuentos) las angustias primigenias, las infantiles, en un entorno seguro.

Y en eso la película “Alien, el octavo pasajero” se lleva la palma, pues lo que realmente nos ofrece esta película es un psicoanálisis de los miedos infantiles.
Un niño depende tanto de sus cuidadores que tiene amor y miedo a la vez. Miedo a que lo coman, a que le hagan daño, a que lo abandonen..., un pánico que supera al descubrir que de sus padres sólo recibirá amor.

Este saberse seguro, querido, es el estado adulto (adulto sano, se entiende) y también supone el momento en que uno se puede sentar en un sillón de una sala oscura para enfrentarse a un animal que entra en un cuerpo ajeno y sale de él haciéndolo añicos, que sobrevive a costa de quien lo hizo crecer.

Extracto de un artículo publicado en 2007.

18 septiembre, 2007

Locura religiosa y locura política

Es posible que, durante nuestro vagabundeo por las Galias con Cayo Julio César, ustedes hayan entrevisto la ciudad de Roma en la lejanía, bañada por el sol y animada por cierto espíritu de fiesta, imagen que debe ser corregida inmediatamente. La enorme ciudad de Roma es un eterno foco de disturbios, un volcán permanente, a pesar de la muerte de Clodio. Nadie sabe exactamente por qué.

Los ciudadanos posperan, siempre que se decidan a trabajar. Han desparecido las consignas socialistas. Las que ahora brotan de las gargantas de los jóvenes terroristas no tienen nada que ver con la realidad ni con la vida.”Todo está permitido a los que actúan por el bien de la república. ¡La república necesita hombres libres y está decidida a aniquilar a todos los demás!” Frases idénticas a las de los jacobinos; por lo visto, su uso como droga se pierde en la noche de los tiempos. Hay en la historia más de una época atea que busca en la locura política una sustitución de la locura religiosa.

Ustedes deben ver Roma en estos momentos como París en los esquizofrénicos días de mayo del año 1789. Asesinatos, barricadas, bandas en lucha. Quien llamaba a la policía era de derechas. Las derechas eran la opresión y el terror. Los terroristas lo repetían hasta la saciedad. Bastan unos pocos para dar la sensación de un movimiento.

Es seguro que Cayo Julio sabía todo esto. También es seguro que lo constató con gran placer. No movió ni un dedo, aunque su brazo hubiera sido lo bastante largo. En su opinión, todo marchaba a pedir de boca. Necesitaba un año más para someter a las Galias y hacer prisionero a Vercingétorix.

Entonces… ¿qué pasaría entonces? Nadie conocía sus pensamientos.

extracto de un libro publicado en 1975

18 julio, 2007

Sugestión poshipnótica

–Bueno –dijo el sargento Cortez– basta de sugestión.

Y los efectos de la sugestión poshipnótica cesaron.

Al principio la cosa fue lamentable. Muchos reclutas estuvieron a punto de enloquecer ante el recuerdo de aquellos mil asesinatos sangrientos. El sargento Cortez ordenó que todo el mundo tomara una píldora sedante. Quienes estaban demasiado alterados debían tomar doble dosis. Por mi parte, tomé dos sin que nadie me lo indicara.

Porque en verdad todo aquello había sido un asesinato, una carnicería sin atenuantes. Una vez tuvimos burlado su defensa antiaérea, no corríamos ningún peligro. Los taurinos parecían ignorar el concepto de la lucha personal.
En aquel primer encuentro entre la humanidad y los miembros de la otra especie inteligente, nuestra actitud había sido la de reunirlos como un rebaño para una masacre total. ¿Qué habría pasado si hubiésemos tratado de comunicarnos con ellos?

Después de aquello, pasé mucho tiempo repitiéndome que no había sido yo quien despedazara tan ferozmente a aquellas aterrorizadas criaturas. Ya en el siglo XX se había establecido, a satisfacción de todos, que lo de “yo tenía órdenes que cumplir” no era excusa adecuada para la falta de humanidad... Sin embargo, ¿qué puede uno hacer cuando las órdenes provienen de lo más profundo, desde allí donde una marioneta gobierna el inconsciente?

Lo peor era la sensación de que tal vez mi conducta no era tan inhumana. Sólo unas pocas generaciones antes, mis antepasados habían hecho lo mismo aún a sus propios congéneres sin necesidad de condicionamiento hipnótico. Me sentía disgustado con la raza humana, asqueado por el ejército y horrorizado ante la perspectiva de soportarme a mí mismo durante todo un siglo...

Afortunadamente, siempre se podía recurrir a lavado de cerebro.

extracto de un libro escrito en 1974

18 marzo, 2007

La gran controversia eclesial

Parece utópica la idea de unir a las muchas partes en que está dividida la Iglesia nacida en la Palestina romana tras la crucifixión de Jesucristo. Jean Meyer inicia esta historia del gran cisma cristiano con un símbolo: ni siquiera celebran el mismo día la fiesta de la resurrección del fundador. Esto sucede desde 1583, cuando Gregorio XIII promulgó la reforma, científicamente correcta, del calendario romano Juliano, que se venía retrasando un día cada 128 años. La decisión fue que todas las fechas se adelantaban diez días.

Los protestantes (el otro gran cisma), pese a su odio al papismo romano, aceptaron poco a poco el nuevo calendario, pero las iglesias de Oriente denunciaron la reforma “como una invención del diablo”. Meyer subraya que si los cristianos no pudieron ponerse de acuerdo sobre un cómputo astronómico tan elemental, para seguir celebrando el mismo día su mayor fiesta, menos podrán hacerlo en asuntos teológicos sobre los que han tenido tantas discusiones, a veces tan tontas que desde entonces se conoce a esa situación como “bizantinismo”. Por el camino se han acumulado, siglo tras siglo, ofensas, batallas, cruzadas, crímenes, inquisiciones y persecuciones recíprocas.

Hay en la historia de este gran cisma fechas señaladas y muchas fechorías. Por ejemplo, la decisión de la todopoderosa y rica de Roma de proclamar en 1302 que “no hay más que una iglesia, fuera de la cual no hay salvación”. De ahí, las cruzadas, las conquistas, las inquisiciones.

En el imaginario de una y otra parte, los cruzados saquean Constantinopla, o la abandonan a los turcos; los ortodoxos martirizan a San Josafat Kuntsevich; los rusos se reparten Polonia; los croatas católicos masacran a sus compatriotas ortodoxos durante la Segunda Guerra Mundial; los ortodoxos agradecen a Stalin la supresión, en 1946, de la iglesia grecocatólica. “Cuentos de nunca acabar”, sostiene Meyer.

Pero cuentos ratificados muchas veces por los historiadores. Especial importancia se concede a la que Meyer llama la tercera Roma: Rusia. En Occidente, el Papa-César; en Oriente, el Zar-Papa. Religión y geopolítica de continuo. Se dice que cuando triunfó la revolución soviética, Roma se alegró. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos: Lenin no podía ser peor que el derrocado zar. También los cristianos rusos pensaron entonces que ir del zarismo ruso al papado romano sería, como dice el proverbio ruso, caer de la sartén al fuego. En esas están, unos y otros, sin remedio aparente.

Escrito en 2006

08 septiembre, 2006

La guerra contra el terror

La parte más radical de la organización palestina Hamás, y los terroristas de Hezbolá, deben estar encantados. Todo lo que hace Israel con sus aviones y blindados les da la razón.

La mayoría de los muertos son civiles inocentes de todas las edades. Las operaciones militares se reducen a la sistemática destrucción de las infraestructuras que sirven para crear algo de riqueza y trabajo y para abastecer a la población de alimentos y medicinas. Las ruinas que se generan tienen forma de escuelas, hospitales, viviendas y fábricas que fueron construidas con la ilusión de la paz.

Y lo único que queda en pie cuando se disipa el humo de la pólvora es el muro de la discordia, de los asentamientos más provocadores, las fronteras artificiosas, los búnkeres, y las mochilas llenas de dinamita que han de ejecutar la ley del Talión.

Así es, elevada a categoría de paradigma, la guerra contra el terror. Una fuente de dolor para los inocentes, una burla sangrienta para la idea de la paz, un mitin político para los halcones que todavía anidan en la reserva de las patrias, y un inagotable yacimiento de héroes y terroristas (¡según se mire!) a los que nos les dejan más salida que morir (al estilo Sansón) llevándose el mundo por delante.

La convicción de que todo es terrorismo, y que todo vale para combatirlo, está sirviendo a Israel para hacer política de tierra quemada, para confundir la paz con su brutal hegemonía, para empujar la ola de destrucción que pone la cuenta a cero cada veinte años, y para dar la sensación de que sólo Israel es capaz de defender los intereses políticos y militares del poder occidental.

Gracias a Israel se hace evidente la necesidad de la guerra. Y gracias a su violenta obsesión por la seguridad armada están cobrando cierta lógica los discursos que controlan los arsenales atómicos en función de los alineamientos internacionales y de las simpatías arbitrarias de la gendarmería mundial. Porque no hay más Dios que la guerra, e Israel es su profeta.

La idea de que el terrorista es una plaga bíblica que mata y conspira por nada, como en un juego de rol, es un engaño. Y la afirmación de que el terrorismo no tiene causas ni contextos, y que sólo puede ser vencido mediante la eliminación de su escalón más visible, es un suicidio. Porque el terrorista del que Israel se defiende y nos defiende tiene mucho que ver con el señor que, sentado sobre las ruinas de su casa, al lado de su hijo despanzurrado, decide abrirse camino con ayuda de la muerte.

Quince siglos antes de Maquiavelo, quedó escrito ya el certero diagnóstico: “La violencia engendra violencia”, y “el que a hierro mata a hierro muere”. Y ese es el nudo gordiano que cierra totalmente los términos de la paz.

Para entender España

La agitada y polémica historia española suele servir como arma arrojadiza para que unos y otros refuercen sus tesis.

España pasa por ser un país que cuenta con muchos historiadores por metro cuadrado. Historiadores de pacotilla, eso sí, que no dudan en retorcer los acontecimientos a su antojo para que todo cuadre en un esquema ideológico previamente diseñado. Son aprendices de brujo que desprecian el estudio de los datos, la investigación en los archivos o el testimonio de los protagonistas para lanzarse a difundir panfletos con absoluto desprecio de la realidad histórica. Entre el calvinismo español, por un lado, y las graves deficiencias del sistema educativo, por otro, estos manipuladores encuentran su caldo de cultivo, ya sea para pontificar sobre los Reyes Católicos, para satanizar la cultura musulmana o para desprestigiar a Manuel Azaña.

El discurrir histórico de lo que hoy conocemos como España ha estado plagado de invasiones, guerras, cambios de regímenes políticos, rivalidades dinásticas, revoluciones sociales y transformaciones vertiginosas en algunos períodos. Se trata de un país extenso, donde se hablan cuatro idiomas, que fue metrópoli de un inmenso imperio colonial, que llevó el español y la religión católica al continente americano, y que tuvo un papel relevante en toda Europa. No resulta fácil, por tanto, realizar una obra de síntesis para un público no especializado.

Para subrayar la amplitud de miras de este libro, baste reseñar el comentario que se incluye para definir el decisivo tránsito de la casa de Austria a los Borbones a comienzos del siglo XVIII: “Con los Borbones, España inicia una nueva etapa de su destino histórico. Esta España ya no es una España plural, como lo era en tiempos de los Austrias. Pero a cambio, está más y mejor vertebrada”. Toda una muestra de objetividad y ausencia de prejuicios en dos frases.

El porqué de las biografías (II)

Si no hubiese conocido a tal persona, si no hubiese tomado aquella decisión, si no hubiese nacido de aquellos padres, en aquel país, en esos años... el curso de mi vida, yo mismo, hubiese sido diferente.

Ese juego biográfico de los si retrospectivos, como escribió Benedetto Croce, resulta tan ilusorio como necesario para concebir nuestras vidas como el recorrido de una identidad constante, idéntica a sí misma, enfrentada a encrucijadas y a decisiones que no se han ido llevando hasta estos años, todavía en este país, habiendo conocido a aquella persona, cometido aquel error.

Ahora sabemos, quizás lo hemos sabido siempre, que no somos otra cosa que aquel que cometió aquel error, conoció a aquella persona, nació y vivió en este país y de estos padres y que, justamente, todo ello se une para producir al incierto individuo capaz de concebir y pronunciar esos si retrospectivos que conforman, con su queja, lo que hemos llegado a ser. Estos seres tan lejanos de sí mismos, tan ardientemente anhelantes, hoy más que nunca, de la unidad y del orden que el género biográfico ofrece como redención y como consuelo.
A ese anhelo básico de identidad obedecen todas y cada una de las variantes posibles de la escritura biográfica.

El porqué de las biografías (I)

Decía Josep Pla que quien a los 40 años sigue leyendo novelas es que es un idiota. No es necesario estar de acuerdo para pensar sobre ello.

Para muchos lectores, quizás para Pla también, la poesía es el género de la adolescencia, la novela el de la juventud y la biografía el género de la madurez. Un género este último que ejerce una fascinación especial sobre quienes comienzan a sentir que la vida va en serio; en ese momento en que tan necesitados estamos de orden y de consuelo en medio del ruido y la furia de una vida que galopa y se nos escapa. Son esos años en que el tiempo por detrás ya no tiene escapatoria, cuando el pasado, como decía el poeta Ángel González, nos resulta tan incierto y sobrecogedor como el futuro para los adolescentes. Cuando, a diferencia de ellos, hemos dejado de sentirnos promesas de nosotros mismos y ya no poseemos, como marca de identidad, un futuro abierto e incierto.

Sobrevenidos los 40 y dejados atrás, es el pasado el que se convierte en un horizonte abierto e incierto que es necesario ordenar, dotar de dirección y de propósito; de un significado que redima al ser que hemos llegado, inadvertidamente, a ser. Fue Nietzsche quién llamó redención a la operación por la cual transformamos, en algún momento de la madurez, cada uno de aquellos inciertos fue en un quise que fuera así. De ese anhelo de redención, de orden y de sentido, se alimenta la lectura voraz y la esforzada escritura de biografías. De ese anhelo necesario, redentor, que sin embargo sabemos engañoso y falaz.

La negación de la muerte

Actualmente, en las sociedades industrializadas, sometidas al patrón urbano y consumista, prima el absurdo comportamiento de rechazar de forma radical justo lo único que es absolutamente cosustancial con la vida, esto es, los hechos, no siempre consecuentes, de envejecer y morir.

Instalados en la frágil atalaya que nos ha permitido construir la prepotencia de creernos la especie elegida y superior, y la tendencia de percibirnos cercanos a la omnipotencia gracias a la nueva idealización de un desarrollo científico sin fin, conceptualizamos la muerte como algo disonante, como una incoherencia o un absurdo, como un error inadmisible y fuera de lugar que debería remediarse cuanto antes de una vez por todas.

De ahí que a menudo califiquemos la muerte de nuestros allegados como “injusta”, “mala suerte”, “desgracia”, “increíble”, etc., pero aunque podamos percibir una muerte bajo cualquiera de esas etiquetas, la extinción no tiene nada que ver con ellas. Vida y muerte son dos caras inseparables de la misma moneda. Todos cultivamos con vehemencia el mito del “todavía no era su hora”, pero no puede haber un mejor o peor momento para morir, se muere y punto, con independencia de que uno mismo o los demás estén o no preparados para asumir las consecuencias de cada pérdida.

En la sociedad actual se ha debilitado en gran medida la capacidad individual para saber afrontar el hecho de la muerte, que se niega con obstinación (rebajándonos con ello a una conducta tremendamente inmadura) y, cuando aflora, suele sumir en el desconcierto y la ansiedad a quienes toca de cerca.

La revolución industrial y los drásticos cambios que impuso en la organización social y su ruptura con lo natural, anuló progresivamente el universo de relaciones simbólicas y rituales que habíamos construido durante siglos a fin de poder encararnos con la muerte y, en consecuencia, nos ha dejado con escasos recursos emocionales para afrontar el proceso natural de la extinción.

Hoy, una persona muerta es un estorbo que el propio sistema social impele a hacer desaparecer lo antes posible; su proceso final suele transcurrir en un hospital y un tanatorio, en medio de una tediosa y fría asepsia, pulcritud y burocracia; el fallecido viene a ser una especie de fracaso y su muerte no es un hecho a socializar, a compartir, a trascender, sino un mero trámite legal realizado casi siempre con demasiada frialdad emocional, salvo en lo que afecta a los deudos más directos, claro está.

Conforme hemos ido degradando (desde la perspectiva de las necesidades emocionales humanas) la manera de vivir, en igual medida ha ido empeorando la forma de enfrentarse al hecho de morir. Y viceversa, dado que la actitud ante la vida y la muerte se influyen una a la otra dentro de un círculo de interacciones sin fin.
Pretender seguir con la vida obviando el hecho de la muerte, manteniendo la ficción del “no pasa nada”, obliga a integrarse en la farsa social de una cultura de consumo que solamente potencia el ver, admirar y desear aquello que es joven, saludable y exitoso en cualquiera de sus facetas posibles… por lo que quienes no tienen alguno o todos estos atributos acaban condenados a pagar un elevado precio en forma de marginación más o menos directa. Envejecer o recibir el anuncio de una enfermedad terminal conlleva comenzar a caminar hacia una marginación social más o menos sutil, hacia un dejar de ser y de estar y, a menudo, también, hacia un dejar de significar.

Con frecuencia oigo hablar de la dictadura de la muerte, pero la única dictadura evidente, hasta la fecha, es la que nos impone la vida. Mejor dicho, la que se deriva de la forma que tiene cada cual de vivirla. De hecho, la tiranía bajo la que mantenemos nuestras propias vidas suele cerrar los puentes y puertas que posibilitarían poder vivir la vida y la muerte de quienes nos importan tal como deberíamos. Tal como, tras su desaparición, pensamos que debimos hacer y no hicimos.

Relaciones amorosas masculinas neuróticas

Hay una relación neurótica amorosa frecuente hoy en día, que se refiere a los hombres que, en su desarrollo emocional, han permanecido fijados a una relación infantil con la madre.

Se trata de hombres que, por así decir, nunca fueron destetados; siguen sintiendo como niños; quieren la protección, al amor, el calor, el cuidado y la admiración de la madre; quieren el amor incondicional de la madre, un amor que se da por la única razón de que ellos lo necesitan, porque son sus hijos, porque están desvalidos.

Tales individuos suelen ser muy afectuosos y encantadores cuando tratan de lograr que una mujer los ame, y aun después de haberlo logrado. Pero su relación con la mujer (como, en realidad, con toda la gente) es superficial e irresponsable. Su finalidad es ser amados, no amar.

Suele haber mucha vanidad en ese tipo de hombre e ideas grandiosas más o menos soslayadas. Si han encontrado a la mujer adecuada, se sienten seguros, en la cima del mundo, y pueden desplegar gran cantidad de afecto y encanto, por lo cual suelen ser engañosos. Pero cuando, después de un tiempo, la mujer deja de responder a sus fantásticas aspiraciones, comienzan a aparecer conflictos y resentimientos.

Si la mujer no los admira continuamente, si reclama una vida propia, si quiere sentirse amada y protegida, y en los casos extremos, si no está dispuesta a tolerar sus asuntos amorosos con otras mujeres, el hombre se siente hondamente herido y desilusionado, y habitualmente racionaliza ese sentimiento con la idea de que la mujer “no lo ama, es egoísta o dominadora”.

Esos hombres suelen confundir su conducta afectuosa, su deseo de complacer, con genuino amor, y llegan a sí a la conclusión de que se los trata injustamente; imaginan ser grandes amantes y se quejan amargamente de la ingratitud de su compañera.

27 junio, 2006

Las cosas que le importan a la gente corriente

A la gente normal y corriente, que no somos los periodistas ni los políticos, le preocupa lo que le preocupa. Es decir, lo que dicen los políticos y lo que transmitimos los informadores o lo que nosotros instamos a los políticos a que nos digan le importa un bledo a la mayoría de la gente.

No hay nada como salir de tu círculo y leer otros periódicos, allí donde estés, para darte cuenta de que los periodistas y los políticos somos en la mayoría de los casos una especie de elementos retroalimentadores de no sé muy bien qué cosas. Basta con huir de Madrid y Barcelona para darse cuenta.

En los últimos días y por distintas cuestiones, he tenido que viajar a La Rioja, a Albacete y a Oviedo y reconozco que me ha entrado complejo de urbanita estúpido, porque absolutamente nadie, salvo los más involucrados de entre los políticos con los que estuve, me preguntó por mis temas habituales.

Lo cierto es que nadie me consultó sobre la definición de su autonomía, sobre las competencias pendientes o las negociaciones ocultadas pero evidentes. A la gente con quien hablé le importaba todo esto un pepino.

En Albacete, un paisano me dijo que lo que nos faltaba a los tertulianos era “sentido común”. Me dejó planchado porque creo que me tocó la fibra y dio donde más duele. Las verdades ofenden. Aquel caballero manchego, con una sonrisa y con la admiración de quien habla con alguien a quien ha visto sólo por la tele, lo que quiso decirme es que me dejara de historias y fuera a lo que le importaba a él y a los de Asturias, Valencia o Logroño.

A los políticos y periodistas nos debe encantar crear problemas para tratarlos después. Algo así como cuenta el chiste: dos locos huyen por el desierto a la carrera. Uno de ellos porta un enorme yunque. El otro le pregunta: “¿Para qué llevas ese yunque?”. A lo que el otro responde: “Porque si nos persiguen, lo suelto, y así voy y corro más deprisa”. Pues eso.

17 junio, 2006

Yo necesito un padre ejemplar...

Jane es la típica adolescente, malhumorada, insegura y confusa, en el seno de una familia americana de clase media-alta aparentemente normal, pero en realidad bastante desestructurada y donde reina una gran confusión.
Hace unas semanas que ha conocido a Ricky, su nuevo vecino y compañero de instituto, con quien ha establecido una inusual relación de pareja marcada por la sinceridad.

(…)

–Yo odiaría a mi padre si hiciese algo así conmigo –dice Jane–. Espera… yo ya odio a mi padre.
–¿Por qué? –pregunta Ricky.
–Es un cabronazo, está colado por mi amiga Angela y eso es… asqueroso.
–¿Querías… que estuviera colado por ti?
–Que asco… ¡no!. –Jane se queda meditando unos instantes–. Pero me gustaría ser la mitad de importante para él que ella. Si piensas que mi padre es inofensivo, te equivocas. Está causando un tremendo daño psicológico en mí –dice, con un cierto tono de sorna.
–¿Cómo?
–Bueno, verás, yo necesito organización… y puta disciplina.

Ambos se ríen.

–Lo digo en serio, ¿cómo no va a causarme daño? Yo necesito un padre ejemplar, no un niñato capullo que manche los calzoncillos cuando traigo a una amiga del colegio… ¡Qué gilipollas! Deberían sacrificarle y que deje ya de sufrir.
–¿Quieres que lo mate?

Ella se incorpora y lo mira fijamente a los ojos durante unos instantes.

–Sí… ¿Lo harías?
–Cuesta dinero.
–Llevo cuidando niños desde los diez años. Tengo casi 3000 dólares ahorrados. Aunque lo ahorraba para operarme las tetas, pero…

Ambos se ríen de nuevo.

–Oye, eso… no está demasiado bien. Me refiero a lo de contratar a alguien para que mate a tu padre…
–Creo que no soy una chica muy buena, ¿verdad? –se pregunta Jane con tono apesadumbrado.

Los dos se quedan en silencio mirándose.

–Tú sabes que no hablo en serio –se justifica finalmente ella.
–Pues claro.

Se acuestan juntos sin dejar de mirarse y acariciarse suavemente. Los minutos van pasando.

–Que suerte hemos tenido al encontrarnos –susurra él.



11 junio, 2006

El destino de la diosa Helena (II): la decisión

Esa noche fui a ver al rey Tindareo, cuya perplejidad flotaba sobre la ciudad como unas nubes viejas que no quieren romper a llover ni marcharse. Tindareo y Autólico, mi abuelo, eran viejos amigos, y el rey prestó oídos al nieto de Autólico.

–¿Qué quiere Helena? –le pregunté.

Estaba sentado en un banco de piedra, y bebía vino diluido en una sencilla copa; se refregó la espalda contra el muro y miró fijamente el oscuro jardín. Estábamos solos.

–¿Helena? –dijo; suspiró y señaló el cielo con la frente–. Quiere la Luna y todos los hombres del mundo, siempre que no se hayan puesto en ridículo ni estén extenuados sin remedio. A ser posible todos, tanto a la vez como uno tras otro.

–¿Prefiere a algún pretendiente?

Se limitó a gruñir.

–¿Puedo darte un consejo, señor de Esparta?

Tindareo me lanzó una mirada desconfiada.

–El consejo, o no vale nada, o es caro. ¿Qué quieres, si tu consejo es bueno?

–Mi precio es razonable.

–Dime el precio, y si lo considero razonable pensaré si quiero oír el consejo.

–Mi precio es una palabra tuya a mi favor. He visto a Penélope, y su inteligente calidez ha ahuyentado mi anhelo del fuego helado de las lejanas estrellas, igual que una cálida luz ahuyenta la desesperación del muchacho que vaga por la noche.

Tindareo bebió de su copa un largo trago.

–Nieto de mi querido amigo –dijo entonces–, he oído hablar de tu inteligencia. Ahora oigo de tus labios el resultado de esa inteligencia. No puedo prometerte nada; Icario es un hombre orgulloso y buen hermano mío, y Penélope es tan inteligente como hermosa, y aún más independiente que inteligente. Será su decisión…, pero les diré a ella y a sus padres lo que yo considero una buena decisión. Ahora, tu consejo.

–Entrégala a Menelao.

Dejó caer la copa y me miró perplejo, con los ojos muy abiertos y la mandíbula caída.

–¿A Menelao? –graznó–. ¿A Menelao el insípido? ¿A Menelao el necio? ¿Él… y Helena?

–Su hermano Agamenón, tu yerno, es rico y poderoso. Un verdadero aqueo.

Tindareo asintió. Yo no lo había dicho como amenaza, pero el viejo micénico comprendió.

–Entrégala a Idomeneo y todos se la disputarán. Quizás empiecen una guerra. Entrégala a otro y ocurrirá lo mismo. Nadie se conformará con que otro sea el preferido. Pero… ¿quién va a competir con Menelao? Nadie. Se alabará el abismo insondable de tus decisiones, oh rey.

–Eres… astuto, Ulises. –Tindareo juntó con el pie los trozos de la copa, volvió a separarlos, alzó la cabeza y me miró-. Muy astuto. ¿No será mejor que te la dé a ti?

Yo levanté las manos.

–¡Perdóname, príncipe! ¿Yo tu yerno, en Esparta, con esa diosa? Me consumirá y… Además, en lo que se refiere al trono: Menelao es fácil de manejar. Helena es una mujer muy inteligente, y más que eso. Tendrás un yerno dócil. Y cuando mueras, señor, Helena será reina… no Menelao rey. Nadie refunfuñará, y mucho menos amenazará con la violencia: juntas Esparta y Micenas, con Agamenón, el hermano de Menelao, son demasiado fuertes.

Tindareo calló; parecía cavilar.

–¿Una razón más? –no pude reprimir del todo una risita–. Menelao intenta apagar con las manos el fuego que la visión de Helena ha avivado en sus ingles. Hombres más inteligentes que hacen cosas parecidas volverán a entrar en razón; en él veo el peligro de que se mate con ambas manos. Sería quizás el primer suicidio de esta clase, pero… Agamenón podría enfadarse contigo si su hermano muriese de un modo tan ridículo.

Tindareo rió hasta que las lágrimas empaparon su ropa. Luego se levantó y me abrazó.

A la mañana siguiente reunió a los pretendientes y anunció su decisión. Helena asintió; estaba sentada junto a él y contemplaba la asamblea, y jamás vi unos ojos tan devoradores como los suyos a esas horas.

Durante los siguientes días, Tindareo pidió a los príncipes de los países aqueos que se quedaran un poco más; temía (y yo le había aconsejado sentir ese temor) que de la disputa en torno a Helena pudiera surgir alguna otra hostilidad; sería mejor buscar la amistad en paz durante unos días más.

La amistad siempre se oculta detrás de sillares sueltos, o se escurre por rincones inaccesibles. Hay que ponerle un cebo, hacerle cosquillas, atraerla. Lo hicimos… A veces a disgusto, lo admito; ¿quién quiere tener amistad con hombres como Aquiles o Diomedes? Algunos preferirían acostarse con una culebra.

Aun así, lo intentamos. Entonces el micénico Palamedes de Nauplia tuvo la estúpida idea de que había que hacer algo para fomentar y asentar la unidad de todos los aqueos.

Propuso emprender una campaña bélica para fomentar la unidad y el bienestar. Adonde fuera… Al norte, al este, al sur, al oeste, daba igual; sólo hacia un objetivo que mereciera la pena. Troya, las ciudades de los fenicios, el país de los juncos, lo que fuera. Fama, honor, botín, riqueza, armonía…

En ese momento decidí marcharme a casa, a Ítaca, con mi espléndida nueva esposa. No quería saber nada de una empresa tan falta de cerebro.

El destino de la diosa Helena (I): el torneo

Helena. Su hermana mayor era la esposa del rey de Micenas, Agamenón. Los hermanos muertos. Quien gane a Helena ganará Esparta.

Yo la he visto, oh benévolas. Y he sufrido. Oh dioses, cómo he sufrido. Porque nada es más terrible que el mayor premio cuando no se puede alcanzar.

Viajé a Esparta con la vana pretensión de conseguirla, como tantos hicieron desde todas las partes del mundo conocido… Nadie que no estuviera allí habrá podido ver nunca en otro lugar un esplendor como entonces en Esparta. Se habían traído toda clase de tesoros, hubo torneos, se cantó, corrió, saltó, se tiró con arco y flecha, se lanzaron jabalinas, se domaron caballos; algunos incluso sugirieron la idea de averiguar en público emparejamiento quién era el pretendiente más incansable…

¿Y Helena? Ella sonreía. Sonrió hasta que las puertas de la ciudad cayeron a pedazos. Su belleza…, su belleza, era tan indescriptible, de tan arrolladora, aplastante, trituradora pujanza, que ante ella el más viejo de los basiliscos se deshacía en gelatina.

¿Cómo era? ¿Cómo sigue siendo, la incomparable? ¿Queréis una descripción de lo indescriptible? ¡Como si se pudiera reproducir el sol con un par de lámparas de aceite, con pluma y tinta negra el esplendor de colores del campo en primavera!

Afrodita. Fuego negro. Un andar lúbrico. Oro recién fundido mezclado con nata y cinamomo, esa es su piel. Demasiada, infinitamente demasiada mujer en demasiado poca y sabrosa piel; como si tuviera que salirse de ella por todas partes. Los ojos como una noche sin luna, llenos de lejanos fragmentos de estrellas que ningún Ícaro puede alcanzar. Ay.

¿Qué debo decir? Nunca se engendraron tantos niños en una ciudad, nunca se hizo tanto manual sacrificio a Afrodita. A quien la veía se le ensanchaba el pecho y se le estrechaba el faldellín. Después de haberla visto, miles paseaban su falo por Esparta, copulaban con grietas en las paredes, se ordeñaban con ambas manos, mojando el suelo, preñaban estatuas, montaban cabras.

Menelao…, el pobre, el tonto, el necio Menelao, el torpe hermano menor del tosco Agamenón, no llevó mucho consigo para tal singular torneo, sólo oro y plata. Y yo le vi derramarse en las esquinas y gemir ante un tilo partido por un rayo y bañarse en arroyos helados que enseguida empezaban a hervir.

Y cuando me aparté de esa mísera visión, vi a Penélope con un cántaro en la cabeza, camino del pozo, con las manos en las caderas, con una sonrisa tan inteligente como burlona en los labios.

Penélope, sobrina del rey de Esparta. Ojos inteligentes que ocultan ingenio y calidez… Calidez que se vuelve fuego, pero también bienestar, hogar y cuidado…, calidez como la que necesitan los seres humanos y como nunca podrá dar la diosa que alberga el cuerpo de Helena.

Penélope vio la espalda tensa de Menelao y el movimiento de sus codos y sonrió levemente. Luego me miró, bajó la vista a mi faldellín, chasqueó la lengua y sacó agua del pozo. Cuando volvió sostenía en las manos el cántaro lleno; volvió a chasquear la dulce lengua y me vertió un chorro de agua fría encima del faldellín.

– No sé si te ayudará –dijo, con una rápida y resplandeciente sonrisa–, pero quizás aún se te pueda salvar. Ése de ahí –se refería a Menelao– está perdido sin remedio.

Y me dejó allí, regado, con la boca abierta y sin duda con cara de idiota.

10 junio, 2006

Quería regalarte una palabra: “Compasión”

- ¿Sigues escribiendo tu libro de palabras?
- La pregunta de Nyneve me sorprende. Me enderezo y la miro. Mi amiga, que también está trabajando en el huerto, descansa apoyada en la azada.
- Sí, ¿por qué?
- Porque quería regalarte una palabra. La mejor de todas.
- ¿Ah, sí? ¿Cuál es?
- Compasión. Que, como sabes, es la capacidad de meterse en el pellejo del prójimo y de sentir con el otro lo que él siente.
- Sí, me gusta. Pero, ¿por qué dices que es la mejor?
- Porque es la única de las grandes palabras por la que no se hiere, no se tortura, no se apresa y no se mata... Antes al contrario, evita todo eso.
Hay otras palabras muy bellas: amor, libertad, honor, justicia...
Pero todas ellas, absolutamente todas, pueden ser manipuladas, pueden ser utilizadas como arma arrojadiza y causar víctimas.
Por su amor a Dios encienden los cruzados las piras, y por aberrante amor matan los amantes celosos a sus amadas.
Los nobles maltratan y abusan bárbaramente de sus siervos en nombre de su supuesto honor; la libertad de unos puede suponer prisión y muerte para otros y, en cuanto a la justicia, todos creen tenerla de su parte, incluso los tiranos más atroces.
Sólo la compasión impide estos excesos; es una idea que no puede imponerse a sangre y fuego sobre los otros, porque te obliga a hacer justamente lo contrario, te obliga a acercarte a los demás, a sentirlos y entenderlos. La compasión es el núcleo de lo mejor que somos...
Acuérdate de esta palabra, mi Leola. Y, cuando te acuerdes, piensa también un poco en mí.

Rosa Montero. Historia del rey transparente. 2005.

03 junio, 2006

Antes de juzgar a una persona

Cuando viene a visitarme la señora Razman, nunca me pregunta nada acerca de ti, pero sé que te considera una ingrata. “Los jóvenes –dice a veces– no tienen corazón, no tienen el respeto que tenían antaño”.

A fin de que no prosiga, yo asiento, pero para mis adentros estoy convencida de que el corazón sigue siendo el mismo de siempre, solo que hay menos hipocresía, eso es todo.

Los jóvenes no son egoístas por naturaleza, de la misma manera que los viejos no son naturalmente sabios. Comprensión y superficialidad no son asuntos de años, sino del camino que cada uno recorre.

En algún sitio que no recuerdo, hace muchos años, leí un lema de los indios americanos que decía: “Antes de juzgar a una persona, camina durante tres lunas con sus mocasines”.

Vistas desde fuera, muchas existencias parecen equivocadas, irracionales, locas. Mientras nos mantenemos fuera es fácil entender mal a las personas, sus relaciones. Solamente estando dentro, solamente caminando tres lunas con sus mocasines, pueden entenderse sus motivaciones, sus sentimientos, aquello que hace que
una persona actúe de determinada manera.

La comprensión nace de la humildad, no del orgullo del saber.

Susana Tamaro. “Donde el corazón te lleve”. 1994.

La Psicohistoria y la decadencia del Imperio

Los espectadores eran pocos y todos habían sido extraídos de entre los barones del Imperio. La prensa y el público estaban excluidos, y era dudoso que el público general supiera siquiera que se llevaba a cabo un juicio contra el Dr. Hari Seldon. La atmósfera era de oculta hostilidad hacia los acusados. El abogado de la comisión consultó sus notas y el interrogatorio prosiguió, con Seldon aún en el estrado.

P. Veamos, Dr. Seldon ¿cuántos hombres componen en este momento el proyecto que usted dirige?
R. 50 matemáticos.
P. ¿No serán unos 100.000?
R. ¿Matemáticos? No.
P. No he dicho que fueran matemáticos. ¿Son 100.000 en total?.
R. En total, su cifra es posible que sea correcta.
P. Es posible, yo digo que es así. Digo que los hombres de su proyecto son 98.572.
R. Me parece que está contando a mujeres y niños.
P. 98.572 individuos es lo que pretendía decir...
R. Acepto las cifras.

P. Olvidémonos de éstos por un momento pues, y dediquémonos a otra cuestión que ya hemos discutido exhaustivamente. ¿Quiere repetirnos, Dr. Hari Seldon, sus ideas respecto al futuro de Trántor?
R. He dicho, y lo repito, que Trántor quedará convertido en ruinas dentro de cinco siglos.
P. ¿No considera que su declaración es desleal?
R. No señor. La verdad científica está más allá de toda lealtad y deslealtad.
P. ¿Está seguro de que su declaración representa toda la verdad científica?
R. Lo estoy.
P. ¿En qué se basa?
R. En las matemáticas de la Psicohistoria.
P. ¿Puede demostrar que estas matemáticas son válidas?
R. Sólo a otro matemático.
P. Así pues, eso significa que su verdad es de una naturaleza tan esotérica que un hombre normal y corriente no puede comprenderla. A mí me parece que la verdad tendría que ser mucho más clara, menos misteriosa, más abierta a la mente.
R. No presenta ninguna dificultad para según que mentes. Las leyes físicas de la transferencia de energía, que conocemos como termodinámica, ha sido claras y diáfanas durante toda la historia del hombre desde edades míticas; sin embargo, debe de haber gente que en la actualidad no sería capaz de dibujar un motor. También puede ocurrirle a gente de de gran inteligencia. Dudo que los doctos comisionados aquí presentes…

En este punto, uno de los comisionados se inclinó hacia el abogado. No se oyeron sus palabras, pero el silbido de su voz reveló una cierta aspereza. El abogado se sonrojó e interrumpió a Seldon.

P. No estamos aquí para oír discursos, Dr. Seldon. Supongamos que ya ha dado por demostrada su teoría. Permítame que señale la posibilidad de que sus predicciones de desastre estén destinadas a socavar la confianza pública en el Imperio por razones que sólo usted conoce.
R. No es así.
P. Supongamos que Vd. declara que el período anterior a la así llamada ruina de Trántor estará lleno de desórdenes de diversos tipos…
R. Es correcto.
P. Y que mediante esa mera predicción, usted espera provocarlos, y tener un ejército de 100.000 hombres disponibles.
R. En primer lugar, está usted equivocado. Y si no lo estuviera, una investigación le demostraría que en mi equipo no hay más de 10.000 hombres en edad militar, y ninguno de ellos tiene experiencia en armas.
P. ¿Es usted completamente desinteresado? ¿Está sirviendo a la ciencia?
R. Sí.
P. Veamos cómo. ¿Puede cambiarse el futuro de toda la raza humana?
R. Sí.
P. ¿Fácilmente?
R. No. Con gran dificultad.
P. ¿Por qué?
R. La tendencia psicohistórica de un planeta lleno de gente implica una gran inercia. Para cambiarla debe encontrarse con algo que posea una inercia similar. O ha de intervenir muchísima gente o, si el número de personas es relativamente pequeño, se necesita un tiempo enorme para el cambio. ¿Lo comprende?
P. Creo que sí. Trántor no necesita sucumbir, si un gran número de personas deciden actuar de modo que no ocurra así.
R. Eso es.
P. ¿Unas 100.000 personas?
R. No, señor. Eso es muy poco.
P. ¿Está seguro?
R. Considere que Trántor, la capital del Imperio, tiene una población de más de 40 mil millones. Considere también que la tendencia que nos lleva a la ruina no pertenece únicamente a Trántor, sino a todo el Imperio Galáctico y éste contiene cerca de 1000 billones de seres humanos.
P. Comprendo. Entonces quizá 100.000 personas puedan cambiar la tendencia, si ellos y sus descendientes trabajan durante 500 años.
R. Me temo que no. 500 años es muy poco tiempo.
P. ¡Ah! En ese caso doctor Seldon, sus declaraciones no estaban encaminadas a esta deducción. Ha reunido a 100.000 personas en los confines de su proyecto. Pero no son suficientes para cambiar la historia de Trántor en 500 años. En otras personas, no pueden evitar la destrucción de Trántor hagan lo que hagan.
R. Desgraciadamente, tiene usted razón.
P. Y, por otro lado, sus 100.000 personas no persiguen ningún fin ilegal.
R. Exacto.
P. En ese caso, doctor Seldon… preste atención, porque queremos una respuesta clara. ¿Para qué servirán sus 100.000 personas?

La voz del abogado se hizo estridente. Había atendido la trampa; logró arrinconar a Seldon; apartarle de cualquier posibilidad de respuesta. Hari Seldon no se alteró. Esperó a que cesaran los murmullos entre los comisionados.

R. Para reducir al mínimo los efectos de esa destrucción.
P. ¿A qué se refiere exactamente con esto?
R. La explicación es muy sencilla. La próxima destrucción de Trántor no es un suceso aislado del esquema del desarrollo humano. Será el punto culminante de un intrincado drama que empezó hace siglos y acelera continuamente su velocidad. Me refiero, caballeros, a la continua decadencia del Imperio Galáctico.
P. ¿Se da cuenta, doctor Seldon, de que está hablando de un Imperio que existe desde hace 12.000 años, a pesar de todas las vicisitudes de las generaciones, y que está respaldado por los buenos deseos y el amor de 1000 billones de seres humanos?
R. Estoy tan al corriente de la situación actual como de la pasada historia del Imperio. Aunque no pretendo ser descortés, creo que la conozco mejor que cualquier otra persona de esta habitación.
P. ¿Y predice su ruina?
R. Es una predicción hecha por las matemáticas de la Psicohistoria. No hago ningún juicio moral. Personalmente, lamento la perspectiva. Aunque se admitiera que el Imperio no es conveniente, el estado de anarquía que seguiría a su caída sería aún peor. Es ese estado de anarquía lo que mi proyecto pretende combatir. Sin embargo, la caída del Imperio, caballeros, es algo monumental y no puede combatirse fácilmente. Está dictada por una burocracia en aumento, una recesión de la iniciativa, una congelación de las castas, un estancamiento de la curiosidad… y muchos factores más. Como ya he dicho, hace siglos que se prepara y es algo demasiado grandioso para detenerlo.
P. ¿No es algo evidente para todo el mundo que el Imperio está tan fuerte como siempre?
R. La apariencia de fuerza no es más que una ilusión. Parece tener que durar siempre. No obstante, señor abogado, el tronco del árbol podrido, hasta el mismo momento en que la tormenta lo parte en dos, tiene toda la apariencia de sólido que ha tenido siempre. Ahora la tormenta se cierne sobre las ramas del Imperio. Escuche con los oídos de la Psicohistoria y oirá el crujido.

P. (Con inseguridad) No estamos aquí, doctor Seldon para escuchar…
R. (Firmemente) El Imperio desaparecerá y con él todos sus valores positivos. Los conocimientos acumulados decaerán y el orden que se ha impuesto se desvanecerá. Las guerras interestelares serán interminables; el comercio interestelar decaerá; la población disminuirá; los mundos perderán el contacto con el núcleo de la galaxia. Eso es lo que sucederá.

P. (Una vocecita en medio de un vasto silencio) ¿Para siempre?
R. La Psicohistoria, que puede predecir la caída, puede hacer declaraciones respecto a las oscuras edades que resultarán. El Imperio, caballeros, tal como se acaba de decir, ha durado 12.000 años. Las oscuras edades que vendrán no durarán doce, sino 30.000 años. Sobrevendrá un segundo Imperio, pero entré el y nuestra civilización habrá 1000 generaciones de humanidad doliente. Esto es lo que debemos combatir.
P. Se contradice a sí mismo. Antes ha dicho que no podía evitar la destrucción de Trántor; y por lo tanto, su caída; la así llamada caída del Imperio.
R. No estoy diciendo que podamos evitar la Caída. Pero aún no es demasiado tarde para cortar el interregno que seguirá. Es posible, caballeros, reducir la duración de anarquía a un solo milenio, si mi grupo recibe autorización para actuar ahora. Nos encontramos en un delicado momento de la historia. La enorme y arrolladora masa de los acontecimientos puede ser desviada ligeramente, sólo ligeramente. Puede no ser mucho, pero puede ser suficiente para evitar 29.000 años de miseria de la historia humana.
P. ¿Cómo se propone hacerlo?
R. Salvando los conocimientos de la raza. La suma del saber humano está por encima de cualquier hombre; de cualquier número de hombres. Con la destrucción de nuestra estructura social, la ciencia se romperá millones de trozos. Los individuos no conocerán más que facetas sumamente diminutas de lo que hay que saber. Serán inútiles e ineficaces por sí mismos. La ciencia, al no tener sentido, no se transmitirá. Estará perdida a través de las generaciones. Pero, si ahora preparamos un sumario gigantesco de todos los conocimientos, nunca se perderá. Las generaciones futuras se basarán en ellos, y no tendrán que volver a descubrirlo por sí mismas. Un milenio hará el trabajo de 30.000 años.
P. Todo esto…
R. Todo mi proyecto; mis 30.000 hombres con sus esposas e hijos, se dedican a la preparación de una Enciclopedia Galáctica. No la terminarán durante su vida. Yo ni siquiera viviré para ver cómo la empiezan. Pero cuando Trántor caiga, estará concluida y habrá ejemplares en todas las bibliotecas importantes de la Galaxia.

Isaac Asimov. “Fundación”. 1951.

31 mayo, 2006

La elegancia necesaria en la prensa

Si hay algo característico de la sociedad española es su tendencia recurrente a la división y al enfrentamiento.
Pero no es una división territorial, la lucha entre homogeneización y heterogeneidad, sino una tendencia a la división más global y profunda que incluye, junto a la división por la ideología, el enfrentamiento por la memoria histórica, casi por cualquier cosa, y que nos afecta a cada persona y a cada familia. Padecemos una cierta tentación por el abismo.

La consecuencia de esas caídas reiteradas en el encono es un atraso económico histórico (del que vamos saliendo), y sobre todo un atraso cultural y cívico que está enquistado (aunque hemos conseguido maquillarlo).

Aprobamos en economía, suspendemos en cultura y en civismo. Pero la peor consecuencia de las crisis de enfrentamiento es la falta de continuidad histórica, el avanzar quebrado, sin memoria ni maduración. Pues quien olvida o niega el pasado ni aprende de la experiencia ni madura. Así, la sociedad española tiene un fuerte carácter infantil, es pasional y caprichosa. Vive en el presente, pero olvida el pasado y le cuesta afrontar seriamente el futuro.

En esas divisiones internas tuvo, y tiene, un papel decisivo la prensa. Pues la prensa es la pieza clave en la que descansa la vida social democrática; cuando es verdaderamente ilustrada y cívica alimenta a la ciudadanía; los medios de comunicación son el lugar donde se desarrolla la vida pública en general, política incluida.

Pero en España la prensa, que también ha sido y es decisiva, ha desempeñado siempre un papel clave en hacer nacer, crecer e impulsar esa pasión realmente cegadora que conduce al enfrentamiento una y otra vez. Entre nosotros la prensa ha sido históricamente más instrumento de agitación y alimentación de pasiones, de división civil, que creadora de ciudadanía.

A nuestro alrededor vemos hoy manifestaciones de esta patología en la radio y la prensa escrita, manifestaciones brutales y groseras que se oyen y se leen en cualquier parte de España y de un modo muy acusado en los medios madrileños, seguramente por la centralización histórica de la vida política. Madrid es un espacio muy localizado y apretado donde conviven muchos poderes y tensiones cual olla a presión: o sobran allí tensiones o falta espacio.

Frente a ese espíritu histórico de sectarismo y de conflicto, necesitamos una prensa que, por una parte, busque cierta autonomía y distancia respecto de las partes, una perspectiva de conjunto que, sopesando las responsabilidades, no abdique de contar lo que debe ser contado a sus lectores. Y por otra parte practique un tono moderado en la transmisión de la información y en la exposición de opiniones varias.

Diálogo, convivencia, elegancia son hoy tan escasas en la vida pública española que es pertinente reclamar su necesidad. Necesitamos el sentido de la prudencia, el afán de continuidad de lo que cada uno es, de lo que somos todos, el equilibrio entre memoria, tradición y el vivir nuestro tiempo.

Al equilibrio entre tradición y vanguardia lo llamamos elegancia.

Suso de Toro. La Vanguardia, 21 de abril de 2006.

17 mayo, 2006

El método de Sócrates

El método que Sócrates siguió excluye la consulta libresca.
Él se había propuesto dos problemas fundamentales que ninguna biblioteca ayuda a resolver: ¿Qué es el bien? ¿Y cuál es el régimen político más adecuado para alcanzarlo?

La fascinación de su enseñanza consistía en esto: que, en vez de subir a la cátedra para comunicar a los demás sus ideas, declaraba no tenerlas y rogaba a todos que le ayudasen a buscarlas.

“Yo –decía– me considero el más sabio de los hombres porque sé que no sé nada”.

Y de esta premisa, que era a la par modesta e inmodesta, partía todos los días a la conquista de alguna verdad, haciendo preguntas en vez de dar respuestas.

Sócrates, para inventar la Filosofía, de la cual ha sido el verdadero padre, tuvo necesidad de afirmar el derecho a la duda, o sea, de sacudir toda clase de fe. No creemos en absoluto que hubiese tenido como finalidad únicamente o, sobre todo, la democracia. Creemos que también sometió a la democracia a la crítica que le era habitual.

De su “tienda” salió de todo: un idealista como Platón, un lógico como Aristóteles, un escéptico como Euclides, un epicúreo como Arístipo, un aventurero de la política como Alcibíades y hasta un general y profesor de historia como Jenofonte.

Es natural que en un laboratorio tan vasto se hubieran producido venenos contra el régimen democrático que hizo posible su creación y su funcionamiento.

Sócrates, reconociendo en trance de morir que la democracia tenía razón al darle muerte, pronunció un acto de fe democrático.

Indro Montanelli. “Historia de los griegos”. 1959.

14 mayo, 2006

La felicidad del hombre moderno

El capitalismo moderno necesita hombres que cooperen mansamente y en gran número; que quieran consumir cada vez más; y cuyos gustos estén estandarizados y puedan modificarse y anticiparse fácilmente.

Necesita hombres que se sientan libres e independientes, no sometidos a ninguna autoridad, principio o conciencia moral; a los que se pueda guiar sin recurrir a la fuerza, conducir, sin líderes, impulsar sin finalidad alguna.

¿Cuál es el resultado?

El hombre moderno está enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la naturaleza. Las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas enajenados, en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y en no diferir en el pensamiento, el sentimiento o la acción.

Al mismo tiempo que todos tratan de estar tan cerca de los demás como sea posible, todos permanecen tremendamente solos, invadidos por el profundo sentimiento de inseguridad, de angustia y de culpa que surge siempre que es imposible superar la separatidad humana.

Nuestra civilización ofrece muchos paliativos que ayudan a la gente a ignorar conscientemente esa soledad: en primer término, la estricta rutina del trabajo burocratizado y mecánico, que ayuda a la gente a no tomar conciencia de sus deseos humanos más fundamentales, del anhelo de trascendencia y unidad.

En la medida en que la rutina sola no basta para lograr ese fin, el hombre se sobrepone a su desesperación inconsciente por medio de la rutina de la diversión, la consumición pasiva de sonidos y visiones que ofrece la industria del entretenimiento; y, además, por medio de la satisfacción de comprar siempre cosas nuevas y cambiarlas inmediatamente por otras.

El hombre moderno está actualmente muy cerca de la imagen que Huxley describe en “Un mundo feliz”: bien alimentado, bien vestido, sexualmente satisfecho, y no obstante sin yo, sin contacto alguno, salvo el más superficial, con sus semejantes, guiado por lemas tales como: “Cuando el individuo siente, la comunidad se tambalea”; o “Nunca dejes para mañana la diversión que puedas conseguir hoy”, o, como afirmación final: “Todo el mundo es feliz hoy en día”.

La felicidad del hombre moderno consiste en “divertirse”. Divertirse significa la satisfacción de consumir y asimilar artículos, espectáculos, comida, bebidas, cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas; todo se consume, todo se traga.

Erich Fromm. “El Arte de Amar”. 1956.

04 mayo, 2006

La pureza de la geometría

Y es que en aquellas demostraciones de la geometría, ciencia árida y fría al sentir de los más, encontraba Gertrudis un no sabía qué de luminosidad y de pureza.

Años después, ya mayor Ramirín, y cuando el polvo que fue la carne de su tía reposaba bajo tierra, sin luz de sol, recordaba el entusiasmo con que un día de radiante primavera le explicaba cómo no puede haber más que cinco y sólo cinco poliedros regulares: tres formados de triángulos, uno de cuadrados y uno de pentágonos.

“Pero, ¿no lo ves claro? –decía– sólo cinco y no más que cinco, ¡qué bonito!” Y al decirlo le mostraba los cinco modelos en cartulina blanca, blanquísima, que ella misma había construido, con sus santas manos, que eran prodigiosas para toda labor, y parecía como si acabase de descubrir por sí misma la ley de los cinco poliedros regulares…

Y como a uno de aquellos modelos geométricos le cayera una mancha de grasa, hacía rápidamente otro, porque decía que con la mancha no se vería bien la demostración. Para ella la geometría era luz y pureza.

En cambio huyó de enseñarle anatomía y fisiología. “Ésas son porquerías –decía– y en que nada se sabe de cierto ni de claro”.

Miguel de Unamuno. “La Tía Tula”. 1940.

03 mayo, 2006

Crónicas de la república independiente de Galicia

El Presidente hizo un rápido repaso a los últimos años del siglo XX, cuando se opusiera a la creación de las autonomías sin saber que unos años más tarde él iba a ser presidente de una de ellas y asimismo el inventor de la teoría de la administración única, que tanto daría que hablar posteriormente.

Pero los tiempos que más recordaba eran los primeros años del siglo XXI cuando, bien a su pesar, y de un modo que incluso consideró insultante, se le concedió la independencia a Galicia.

Resultó que los vascos y los catalanes se habían puesto insoportables pidiendo la autodeterminación primero y la independencia después; y a pesar de su enérgica repulsa, como gallego, a ese comportamiento antiespañol; el gobierno central, harto ya de tanta bronca autonómica, decidió concederle la independencia a Cataluña, País Vasco y Galicia.

De nada sirvieron las protestas gallegas: los de la meseta consideraron que, separadas Euskadi y Cataluña, y dado el avance del Bloque Nacionalista Galego, que ya tenía 30 diputados, iba a ser Galicia la que continuase incordiando. No dispuesto a seguir soportando nacionalismos irredentos, el gobierno declaró la independencia de las tres autonomías históricas y así fue como Galicia, sin quererlo, se vio convertida en república independiente.

El Presidente no pudo evitar un escalofrío cuando se acordó de los primeros días en que se encontró jefe de un país independiente: dudó mucho en cómo declararlo en la Constitución (que por supuesto, escribió él mismo). ¿República o Monarquía?

Tentado estuvo de declararlo Monarquía y establecer una nueva dinastía, de la que él, Manolo I, sería el fundador esgrevio. Por un momento se vio coronado en la catedral, con el botafumeiro volando y cien mil gaiteros tocando en la plaza del Obradoiro. Pero en seguida desechó la idea porque los reyes o se resignan a hacer papeles protocolarios o son destronados inmediatamente, y él no se conformaba con hacer de figurón ya que, recién cumplidos los 100 años, se encontraba como un toro en lo mejor de la vida.

Por eso decidió convertirse en Presidente de la República Independiente de Galicia: eso sí, presidente perpetuo, lo cual, además suponía una decisión absolutamente lógica.

En las cuatro últimas elecciones había salido elegido por mayoría absoluta, por lo que estaba bien claro qué era lo que querían los gallegos. Además, las elecciones son carísimas, con lo cual se ahorra una millonada si se suprimen; y además, sabiendo ya cuáles iban a ser los resultados, sería de tontos perder el tiempo y el dinero en un proceso electoral.

Así, decidió no convocar más elecciones, que las cosas estaban bien claras, y él se declaró constitucionalmente Presidente perpetuo. Con esta jugada, además, fastidiaba bien fastidiado al Bloque Nacionalista Galego que, al no haber elecciones, quedaba anclado en sus 30 diputados y ya podía gritar lo que quisiera, que gobernar gobernaría él con su mayoría absoluta.

Carlos Mella. “Luces de Fisterra (esperpento xacobeo)”. 1995.

27 abril, 2006

Sociedad exhibicionista

Años atrás no se presumía solo de bienes materiales, sino que se daba importancia a valores abstractos como la erudición y los títulos universitarios. Algo que ha caído en desuso porque ahora el mérito personal se basa en otra escala. Los certificados académicos no se aprecian por los conocimientos que proporcionan, sino por el dinero que permiten ganar; y en el terreno exhibicionista, por cuánta opulencia permiten obtener para ser mostrada.

Un vuelco en los valores sociales que tiene uno de sus emblemas más espectaculares en el alarde de etiquetas en la ropa de vestir. No hace mucho tiempo, se hubiera considerado de mal gusto que una etiqueta sobresaliera, y la gente se habría partido de risa ante tal ridiculez. Por el contrario, actualmente se aprecian como un trofeo dentro de este poder adquisitivo que es necesario lucir ante las miradas ajenas.

Incluso las partes del cuerpo de las que se está satisfecho han de ser expuestas, como si únicamente la mirada de los demás les otorgara mérito. Escotes profundos para que se descuellen los pechos de las mujeres, camisetas ceñidas para que los hombres presuman de musculatura. Y en una esfera afín, ostentaciones verbales de carácter sexual: amantes anteriores, actuales y previsibles, número de orgasmos que ellas son capaces de sentir y ellos de provocar. Revelaciones que acrecientan la complacencia cuando pueden hacerse ante unos millones de telespectadores.

Así, lo obsceno, aquello que en la Grecia clásica no debía salir a escena, se ha instalado en la exhibición cotidiana. No sólo se desnudan los cuerpos y los bienes materiales, sino las emociones. La gente se pelea en un plató de TV, llora, desvela los actos más íntimos con tal de que haya multitud de espectadores. Y esta multitud existe, de forma que exhibicionismo y lucro se retroalimentan. La exhibición sin freno proporciona dinero, y ante esta premisa en ciertas cadenas se esfuman los límites. No los hay ni para los programadores, en pos de una lamentable audiencia, ni para quienes salen a vender su cuerpo y su alma. A fin de cuentas, la banalidad/obscenidad de exhibirse se inscribe en el eje que mueve nuestro sistema: el dinero.

Se necesita dinero para comprar cosas y poder ostentarlas; se hace exhibición para ganarlo y poder comprar. Una triste reciprocidad.

Eulalia Solé. La Vanguardia, 21 de abril de 2006.

25 abril, 2006

Crónicas de los fundadores de Roma

Por aquella época el paludismo hacía estragos en el valle, el Tíber lo inundaba periódicamente y, debido a que sepultaban a los muertos en su valle, probablemente hedía.

No había agua potable; era preciso recoger el agua de lluvia. Técnicamente el tránsito por Roma ofrecía dificultades catastróficas; no era fácil cruzar el Tíber por el Palatino y el siguiente vado se hallaba a kilómetros de distancia.

Lo cierto es que los fundadores de la ciudad (emigrantes llegados por mar, o una errática tribu latina) no escogieron este lugar; sencillamente, les fue imposible seguir adelante.

El hermoso monte Albano, donde hoy en día se asienta la residencia estival del Papa, y las colinas sabinas de Tívoli ya estaban ocupadas. Lo único libre era aquel foco de fiebres palúdicas con sus siete raquíticas colinas.
El que nadie trató de arrebatarles esta parcela es algo seguro, como también es seguro que se habían metido en una ratonera. Así pues, la historia de Roma tuvo unos comienzos francamente dudosos.

¡Pero no aburridos!

Apenas se despertaban por la mañana con cinco mil picaduras de mosquitos, ya empezaban los contratiempos. A tientas alargaban la mano a diestra y siniestra: ninguna mujer yacía junto a ellos.
Se dirigían al baño para lavarse los dientes y no salía agua del grifo. Se asomaban a la puerta, miraban hacia el valle: el Tíber se había desbordado otra vez. “¡Cómo llegaremos nunca a ser un imperio!”, pensaron.

Lo más acuciante era la falta de mujeres. Sólo unos pocos tenían una en propiedad. Es cierto que en turnos de día y de noche pueden aliviarse muchas emergencias, pero la procreación siempre ha exigido tres cuartos de año.

Para empeorar las cosas, el número de hombres fue en aumento progresivo, porque pronto se corrió la voz de que los romanos acogían con los brazos abiertos a todos los vagabundos y proscritos. Por desgracia, entre ellos no había ninguna proscrita.

Es posible, como hicieron los romanos, esperar un acueducto durante trescientos años; pero no a una mujer. Un día les fallaron los nervios, y en una fiesta a la que habían invitado a sus vecinos los sabinos, les raptaron limpiamente las hijas.

Se trata del célebre “Rapto de las Sabinas”.

Joachim Fernau. “Ave, César”. 1975.

24 abril, 2006

"Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre"

- ¿Qué es la Inquisición? –preguntó Jesús.
- La Inquisición es otra historia interminable –respondió Dios en tono fatigado.
- Quiero conocerla.
- Sería mejor que no.
- Insisto.
- Vas a sufrir en tu vida de hoy remordimientos que son del futuro.
- ¿Tú no? –preguntó Jesús.
- Dios es Dios, no tiene remordimientos.
- Pues yo, si ya llevo esta carga de tener que morir por ti, también puedo aguantar remordimientos que deberían ser tuyos.
- Preferiría ahorrártelos.
- De hecho, no vienes haciendo otra cosa desde que nací.
- Eres un ingrato, como todos los hijos.

- Dejémonos de fingimientos y dime qué va a ser la Inquisición –exigió Jesús.
- La Inquisición, también llamada Tribunal del Santo Oficio, es el mal necesario, el instrumento cruelísimo con el que atajaremos la infección que un día, durante largo tiempo, se instalará en el cuerpo de la Iglesia por vía de las nefandas herejías, a las que se suman unas cuantas perversiones de lo físico y de lo moral, lo que, todo junto y puesto en el mismo saco de horrores, sin preocupaciones de prioridad y orden, incluirá a luteranos y a calvinistas, a molinistas y judaizantes, a sodomitas y a hechiceros, manchas algunas que serán del futuro, y otras de todos los tiempos.

- Y siendo la necesidad que dices, ¿cómo procederá la Inquisición para reducir esos males?
- La Inquisición es una policía y un tribunal, por eso tendrá que aprehender, juzgar y condenar como hacen los tribunales y las policías.
- ¿Condenar a qué?
- A la cárcel, al destierro, a la hoguera.
- ¿A la hoguera dices?
- Sí, van a morir quemados, en el futuro, millares y millares y millares de hombres y de mujeres.
- De algunos ya me has hablado antes.
- Ésos fueron arrojados a la hoguera por creer en ti, los otros lo serán por dudar.

- ¿No está permitido dudar de mí? -preguntó Jesús.
- No.
- Pero nosotros podemos dudar de que el Júpiter de los romanos sea dios.
- El único Dios soy yo, yo soy el Señor y tú eres mi Hijo.
- ¿Morirán miles?
- Cientos de miles.
- Cientos de miles de hombres y mujeres, la tierra se llenará de gritos de dolor, de aullidos y de estertores de agonía, el humo de los quemados cubrirá el sol, su grasa rechinará sobre las brasas, el hedor repugnará y todo esto será por mi culpa.
- No por tu culpa, por tu causa.
- Padre, aparta de mí ese cáliz.
- El que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria.
- No quiero esa gloria.
- Pero yo quiero ese poder.

En ese momento la niebla se alejó hacia donde antes estaba, ya se podía ver el agua alrededor del barco de Jesús, lisa y opaca, sin una arruga de viento o una agitación de brisa.

Y entonces el Diablo dijo: “es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre”.

José Saramago. “El evangelio según Jesucristo”. 1991.

22 abril, 2006

Choque de civilizaciones

Aquel Tánger de los años veinte, donde transcurrió mi infancia, era una ciudad internacional, en la que convivían en igualdad todos los países.

Los chicos llegábamos al colegio con diversas lenguas maternas, comprábamos golosinas con monedas diferentes, celebrábamos varias fiestas nacionales e incluso nuestro descanso semanal se repartía entre los días sagrados de tres religiones. El viernes la celebraban los musulmanes, el sábado era el día de los judíos y el domingo el de los cristianos.

Yo iba a un colegio de frailes franciscanos que tenía un recinto exterior. Ahí los frailes organizaban procesiones en las fechas señaladas, como por ejemplo en el Corpus y mientras nosotros cantábamos, los moritos nos miraban divertidos oyendo nuestras mojigangas, de la misma manera que nosotros nos divertíamos con las suyas en sus celebraciones, tan distintas a las nuestras. Y en las disputas infantiles durante el recreo podíamos gritarle a un compañero “perro judío” sin que pasara nada. Él nos devolvía el insulto con la misma naturalidad, y asunto resuelto.

Yo recuerdo aquellos años con verdadera emoción. Y me extiendo en ello no sólo por nostalgia, sino para hacer ver el contraste entre aquella vida y el llamado “choque de civilizaciones”, esa doctrina reciente tan de moda en Estados Unidos.

Están inculcando el miedo presentando el futuro inmediato en términos de choque de civilizaciones entre el Islam y el Cristianismo.Bueno, a mí eso me parece monstruoso.

Para empezar, es falso. Si se ha podido convivir durante mucho tiempo, como acabo de contarles que se convivía en Tánger, ¿por qué un choque? ¿Porque usted necesita un enemigo? ¿Se está inventando al enemigo para poder ir contra el enemigo?

Si me apuran, Estados Unidos tiene un rival mucho más importante que el Islam: China. China está progresando económicamente a una gran velocidad. Alguno de ustedes recordará que hace años, hace algunas décadas estuvo de moda hablar del peligro amarillo. Recordarán incluso las películas de Fu-Manchú con las que se intentaba alimentar el miedo a lo oriental.

Hoy ya no interesa hablar del peligro amarillo, ahora interesa el Islam por otras razones. Para ello inventan el choque de civilizaciones.

Por eso aprovecho para recordar, siempre que viene al caso, que yo he vivido en pleno encuentro de civilizaciones y, de verdad, no había ningún problema. Naturalmente, había ladrones, delincuentes y policía, pero el índice de delincuencia no era más elevado que en cualquier otro lugar, por el hecho de que unos fueran musulmanes; otros, judíos y otros, cristianos.

José Luis Sampedro. “Escribir es vivir”. 2005.

17 abril, 2006

"Síndrome posvacacional"

Cierto psiquiatra, con más de 30 años de experiencia, no puede esconder una sonrisa cuando cada septiembre le piden desde los medios de comunicación que defina ese trastorno.

Con la misma alegría nacen otros trastornos de nuevo cuño, como el síndrome del lunes por la mañana, que describe el desasosiego del primer día de la semana; el síndrome de cortar y pegar, para la pereza intelectual, etc.

“Se describen trastornos que consisten en meterse el dedo en la nariz delante de un semáforo. Es ridículo”, ironiza el psiquiatra.

El bienestar se ha idealizado a tales niveles que no nos permitimos el menor de los conflictos sin buscarle una solución terapéutica, psicológica o hasta filosófica.

Conclusión: no queremos sufrir; y cuando no estamos en la gloria –en plenitud, otro concepto bastante idealizado en estos tiempos- buscamos soluciones y, si no necesitamos atención psiquiátrica, pues entonces alguna otra cosa.

El País Semanal. 10 abril 2006.

10 abril, 2006

Ya no leo el periódico

Desde que te fuiste, ya no leo el periódico, no estás tú para comprarlo y no hay nadie que me lo traiga.

Al principio me incomodaba un poco esta carencia, pero después, lentamente, la incomodidad se ha convertido en alivio.

Recordé entonces al padre Isaac Singer: “Entre todas las costumbres del hombre moderno –decía–, la lectura de la prensa diaria es una de las peores. Por la mañana, en el momento en que el alma está más abierta, la prensa vuelca sobre la persona todo lo malo que el mundo ha producido el día anterior”.

En sus tiempos, para salvarse era suficiente con no leer los diarios; hoy por hoy ya no es posible; están la radio, la televisión, basta conectarlas un instante para que el mal nos alcance, se meta dentro de nosotros.

Susana Tamaro. “Donde el corazón te lleve”. 1994.

09 abril, 2006

“¿Cuánto de muerte y sufrimiento costará tu victoria?”

Hubo un silencio.
Dios y el Diablo se miraron de frente por primera vez, ambos dieron la impresión de ir a hablar, pero nada ocurrió.

- Estoy a la espera –dijo Jesús.
- ¿De qué? –preguntó Dios, como si estuviera distraído.
- De que me digas cuánto de muerte y sufrimiento va a costar tu victoria sobre los otros dioses, con cuánto de sufrimiento y de muerte se pagarán las luchas que en tu nombre y en el mío sostendrán unos contra otros los hombres que en nosotros van a creer.
- ¿Insistes en querer saberlo?
- Insisto.
- Pues bien, se edificará la asamblea de que te he hablado, pero sus cimientos, para quedar bien firmes, tendrán que ser excavados en la carne, y estar compuestos de un cemento de renuncias, lágrimas, dolores, torturas, de todas las muertes imaginables hoy y otras que sólo en el futuro serán conocidas.


- Al fin estás siendo claro y directo, sigue.
- Para empezar por alguien a quién conoces y amas, el pescador Simón, a quién llamarás Pedro, será, como tú, crucificado, pero cabeza abajo, y crucificado será también Andrés, pero en una cruz en forma de aspa, al hijo de Zebedeo, a ese que llaman Tiago, lo degollarán.
- ¿Y a Juan y a María de Magdala?
- Ésos morirán de su muerte natural, cuando se acaben sus días naturales, pero otros amigos tendrás, discípulos y apóstoles como los otros, que no escaparán del suplicio, es el caso de un Felipe, amarrado a la cruz y apedreado hasta que acaben con su vida, un Bartolomé, que será desollado vivo, un Tomás, a quién matarán de una lanzada, un Mateo, que ahora no recuerdo como morirá, otro Simón, serrado por el medio, un Judas, a mazazos, otro Tiago, lapidado, un Matías, degollado con hacha de guerra, y también Judas de Iscariote, pero de ése tú sabrás más que yo, salvo la muerte, con sus propias manos ahorcado en una higuera.

- ¿Todos esos tendrán que morir por ti?
- Si planteas la cuestión en esos términos, sí. Todos morirán por mí. Y después, después, hijo mío, ya te lo he dicho, será una historia interminable de hierro y sangre, de fuego y de cenizas, un mar infinito de sufrimientos y lágrimas.

José Saramago. “El evangelio según Jesucristo”. 1991.

08 abril, 2006

Mi verdad

Es importante saber que cada cual tiene su mundo, que cada cual tiene su verdad.

Si queremos entendernos y comunicarnos no debemos de perder de vista que el mundo de uno y el mundo de otro coinciden en muchas cosas, por eso convivimos, pero son muy diferentes.

Yo tengo mi verdad, el otro tiene su verdad y la Verdad, la verdad absoluta, está en lo más alto, en Dios para los creyentes, o en otros sitios para el que no crea en Dios, pero en cualquier caso ahí donde se encuentre el Absoluto. Eso se lo dejo a los místicos.

Para mí, yo tengo mi verdad y es la que trato de comunicar como escritor.
Precisamente en eso consiste la autenticidad de la que os hablé antes, en ofrecer mi mundo en mis novelas. Estoy aquí para ofreceros mis novelas, y en ellas mi verdad. Lo hago con la humildad e inocencia del niño que encuentra una conchita en la playa y corre a ofrecerle a su madre ese tesoro, esa humilde conchita que para él es un tesoro.

José Luis Sampedro. “Escribir es vivir”. 2005.

07 abril, 2006

Sociodiversidad

Algo que siempre me impresionó es el hecho de que, a diferencia de la tierra, el mar no envejece. Las olas de hoy son exactamente las mismas que hubo en cualquier época, aunque más contaminadas, claro.

En el estrecho de Gibraltar, que es una cruz, el eje en que se cruzan Europa y África, Océano y Mediterráneo, yo he llegado a ver una ballena porque en el estrecho había ballenas y en Ceuta una factoría para la elaboración de aceite y demás productos de las ballenas.

Todo eso ha desaparecido. Nos estamos cargando este mundo. Nos estamos cargando la biodiversidad, pero también, y de eso nadie habla, la sociodiversidad.

Cuando se habla del choque de civilizaciones, lo que se está queriendo decir es que no se quiere más que una sola civilización.

Cuando se pretende implantar una democracia en Irak a base de bombardeos, la mera pretensión de imponer una democracia representativa al estilo occidental a una sociedad teocrática y jerárquica revela una ignorancia pretenciosa y, en mi opinión, imposible.

No me estoy pronunciando aquí sobre las bondades o la idoneidad de una u otra cosa, no; intento recalcar que son sociedades diferentes, culturas diferentes, es decir, variedad y diversidad de la vida, la que yo conocí y viví de niño en Tánger. Seguramente por eso, por haberla vivido, es por lo que me duele ver destruir variedades de estilo de vivir y es por lo que reivindico la sociodiversidad.

José Luis Sampedro. “Escribir es vivir”. 2005.

06 abril, 2006

La guerra civil

No, no quiero hablar de la guerra.

La hice con total ecuanimidad alcanzando el grado de cabo interino en ambos bandos. Siendo funcionario de Aduanas, pude haber sido oficial de Intendencia, pero preferí renunciar a esas ventajas porque no quería mandar a nadie.

Fui miliciano hasta agosto del treinta y siete, momento en que los nacionales tomaron Santander y me tomaron a mí. Me convertí en soldado nacional y hasta el final, que resultó peor aún que el inicio. Cuando llegaron los que yo suponía míos y empezaron a fusilar a gente, fue cuando me di cuenta que los que habían ganado no eran los míos.

Me parecen horribles todos los asesinatos, estoy totalmente en contra con independencia de quién los cometa, pero hay diferencia entre unos y otros.

Cuando un bracero de un cortijo, mal pagado y con frecuencia humillado, harto de esa vida aperreada, en un momento propicio, de revuelta popular, cae en la tentación de cortarle el cuello al amo, culpable de su miseria, sí, es un asesinato.

Pero cuando tres señores bien vestidos, bien comidos, terminada la contienda, constituyen un tribunal, con total impunidad y bajo un crucifijo cuyo mensaje es amaos los unos a los otros, envían al paredón a un hombre por haber defendido unas ideas y un régimen establecido democráticamente, ahí es asesinato es mucho más censurable.

Es decir, aún no justificando ninguno de ellos, es más comprensible el asesinato cometido por ignorancia, hambre e incultura que el cometido de esa manera fría y despiadada. Es algo que siempre tuve claro.

José Luis Sampedro. “Escribir es vivir”. 2005.

02 abril, 2006

Amor, provocación y autenticidad

No intento enseñar en el sentido de adoctrinar; intento mostrar mi oficio y generar ideas en quienes me siguen, ideas provocadas por lo que han oído.
He sido profesor y he enseñado durante mucho tiempo en universidades y fuera de ellas.

Mi pedagogía siempre se reducía a dos palabras: amor y provocación.

Hay que querer a las personas a las que se dirige uno y yo quería a mis alumnos.
Y si me permiten, les digo con toda sinceridad que, ahora mismo, siento cariño por ustedes, les agradezco que estén aquí pendientes de mis palabras.

Quiero corresponder a ese primer impulso afectivo con la provocación. Hay que provocar en el que escucha que piense por su cuenta. No hay que adoctrinar, hay que provocar.

La tercera palabra, después de amor y provocación, consecuencia de ambas, es la autenticidad.

José Luis Sampedro. “Escribir es vivir”. 2005.

01 abril, 2006

El descubrimiento de mí mismo y de los demás

No vengo aquí a hacer exhibicionismo personal.

Vengo esencialmente a mostrar la razón que me mueve a escribir: el descubrirme a mí mismo para descubrir a otros y para encontrarnos todos, para vivir más.

José Luis Sampedro. “Escribir es vivir”. 2005.