Las cosas que le importan a la gente corriente
A la gente normal y corriente, que no somos los periodistas ni los políticos, le preocupa lo que le preocupa. Es decir, lo que dicen los políticos y lo que transmitimos los informadores o lo que nosotros instamos a los políticos a que nos digan le importa un bledo a la mayoría de la gente.
No hay nada como salir de tu círculo y leer otros periódicos, allí donde estés, para darte cuenta de que los periodistas y los políticos somos en la mayoría de los casos una especie de elementos retroalimentadores de no sé muy bien qué cosas. Basta con huir de Madrid y Barcelona para darse cuenta.
En los últimos días y por distintas cuestiones, he tenido que viajar a La Rioja, a Albacete y a Oviedo y reconozco que me ha entrado complejo de urbanita estúpido, porque absolutamente nadie, salvo los más involucrados de entre los políticos con los que estuve, me preguntó por mis temas habituales.
Lo cierto es que nadie me consultó sobre la definición de su autonomía, sobre las competencias pendientes o las negociaciones ocultadas pero evidentes. A la gente con quien hablé le importaba todo esto un pepino.
En Albacete, un paisano me dijo que lo que nos faltaba a los tertulianos era “sentido común”. Me dejó planchado porque creo que me tocó la fibra y dio donde más duele. Las verdades ofenden. Aquel caballero manchego, con una sonrisa y con la admiración de quien habla con alguien a quien ha visto sólo por la tele, lo que quiso decirme es que me dejara de historias y fuera a lo que le importaba a él y a los de Asturias, Valencia o Logroño.
A los políticos y periodistas nos debe encantar crear problemas para tratarlos después. Algo así como cuenta el chiste: dos locos huyen por el desierto a la carrera. Uno de ellos porta un enorme yunque. El otro le pregunta: “¿Para qué llevas ese yunque?”. A lo que el otro responde: “Porque si nos persiguen, lo suelto, y así voy y corro más deprisa”. Pues eso.
No hay nada como salir de tu círculo y leer otros periódicos, allí donde estés, para darte cuenta de que los periodistas y los políticos somos en la mayoría de los casos una especie de elementos retroalimentadores de no sé muy bien qué cosas. Basta con huir de Madrid y Barcelona para darse cuenta.
En los últimos días y por distintas cuestiones, he tenido que viajar a La Rioja, a Albacete y a Oviedo y reconozco que me ha entrado complejo de urbanita estúpido, porque absolutamente nadie, salvo los más involucrados de entre los políticos con los que estuve, me preguntó por mis temas habituales.
Lo cierto es que nadie me consultó sobre la definición de su autonomía, sobre las competencias pendientes o las negociaciones ocultadas pero evidentes. A la gente con quien hablé le importaba todo esto un pepino.
En Albacete, un paisano me dijo que lo que nos faltaba a los tertulianos era “sentido común”. Me dejó planchado porque creo que me tocó la fibra y dio donde más duele. Las verdades ofenden. Aquel caballero manchego, con una sonrisa y con la admiración de quien habla con alguien a quien ha visto sólo por la tele, lo que quiso decirme es que me dejara de historias y fuera a lo que le importaba a él y a los de Asturias, Valencia o Logroño.
A los políticos y periodistas nos debe encantar crear problemas para tratarlos después. Algo así como cuenta el chiste: dos locos huyen por el desierto a la carrera. Uno de ellos porta un enorme yunque. El otro le pregunta: “¿Para qué llevas ese yunque?”. A lo que el otro responde: “Porque si nos persiguen, lo suelto, y así voy y corro más deprisa”. Pues eso.
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