La gran controversia eclesial
Parece utópica la idea de unir a las muchas partes en que está dividida la Iglesia nacida en la Palestina romana tras la crucifixión de Jesucristo. Jean Meyer inicia esta historia del gran cisma cristiano con un símbolo: ni siquiera celebran el mismo día la fiesta de la resurrección del fundador. Esto sucede desde 1583, cuando Gregorio XIII promulgó la reforma, científicamente correcta, del calendario romano Juliano, que se venía retrasando un día cada 128 años. La decisión fue que todas las fechas se adelantaban diez días.
Los protestantes (el otro gran cisma), pese a su odio al papismo romano, aceptaron poco a poco el nuevo calendario, pero las iglesias de Oriente denunciaron la reforma “como una invención del diablo”. Meyer subraya que si los cristianos no pudieron ponerse de acuerdo sobre un cómputo astronómico tan elemental, para seguir celebrando el mismo día su mayor fiesta, menos podrán hacerlo en asuntos teológicos sobre los que han tenido tantas discusiones, a veces tan tontas que desde entonces se conoce a esa situación como “bizantinismo”. Por el camino se han acumulado, siglo tras siglo, ofensas, batallas, cruzadas, crímenes, inquisiciones y persecuciones recíprocas.
Hay en la historia de este gran cisma fechas señaladas y muchas fechorías. Por ejemplo, la decisión de la todopoderosa y rica de Roma de proclamar en 1302 que “no hay más que una iglesia, fuera de la cual no hay salvación”. De ahí, las cruzadas, las conquistas, las inquisiciones.
En el imaginario de una y otra parte, los cruzados saquean Constantinopla, o la abandonan a los turcos; los ortodoxos martirizan a San Josafat Kuntsevich; los rusos se reparten Polonia; los croatas católicos masacran a sus compatriotas ortodoxos durante la Segunda Guerra Mundial; los ortodoxos agradecen a Stalin la supresión, en 1946, de la iglesia grecocatólica. “Cuentos de nunca acabar”, sostiene Meyer.
Pero cuentos ratificados muchas veces por los historiadores. Especial importancia se concede a la que Meyer llama la tercera Roma: Rusia. En Occidente, el Papa-César; en Oriente, el Zar-Papa. Religión y geopolítica de continuo. Se dice que cuando triunfó la revolución soviética, Roma se alegró. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos: Lenin no podía ser peor que el derrocado zar. También los cristianos rusos pensaron entonces que ir del zarismo ruso al papado romano sería, como dice el proverbio ruso, caer de la sartén al fuego. En esas están, unos y otros, sin remedio aparente.
Escrito en 2006
Los protestantes (el otro gran cisma), pese a su odio al papismo romano, aceptaron poco a poco el nuevo calendario, pero las iglesias de Oriente denunciaron la reforma “como una invención del diablo”. Meyer subraya que si los cristianos no pudieron ponerse de acuerdo sobre un cómputo astronómico tan elemental, para seguir celebrando el mismo día su mayor fiesta, menos podrán hacerlo en asuntos teológicos sobre los que han tenido tantas discusiones, a veces tan tontas que desde entonces se conoce a esa situación como “bizantinismo”. Por el camino se han acumulado, siglo tras siglo, ofensas, batallas, cruzadas, crímenes, inquisiciones y persecuciones recíprocas.
Hay en la historia de este gran cisma fechas señaladas y muchas fechorías. Por ejemplo, la decisión de la todopoderosa y rica de Roma de proclamar en 1302 que “no hay más que una iglesia, fuera de la cual no hay salvación”. De ahí, las cruzadas, las conquistas, las inquisiciones.
En el imaginario de una y otra parte, los cruzados saquean Constantinopla, o la abandonan a los turcos; los ortodoxos martirizan a San Josafat Kuntsevich; los rusos se reparten Polonia; los croatas católicos masacran a sus compatriotas ortodoxos durante la Segunda Guerra Mundial; los ortodoxos agradecen a Stalin la supresión, en 1946, de la iglesia grecocatólica. “Cuentos de nunca acabar”, sostiene Meyer.
Pero cuentos ratificados muchas veces por los historiadores. Especial importancia se concede a la que Meyer llama la tercera Roma: Rusia. En Occidente, el Papa-César; en Oriente, el Zar-Papa. Religión y geopolítica de continuo. Se dice que cuando triunfó la revolución soviética, Roma se alegró. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos: Lenin no podía ser peor que el derrocado zar. También los cristianos rusos pensaron entonces que ir del zarismo ruso al papado romano sería, como dice el proverbio ruso, caer de la sartén al fuego. En esas están, unos y otros, sin remedio aparente.
Escrito en 2006
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