"Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre"
- ¿Qué es la Inquisición? –preguntó Jesús.
- La Inquisición es otra historia interminable –respondió Dios en tono fatigado.
- Quiero conocerla.
- Sería mejor que no.
- Insisto.
- Vas a sufrir en tu vida de hoy remordimientos que son del futuro.
- ¿Tú no? –preguntó Jesús.
- Dios es Dios, no tiene remordimientos.
- Pues yo, si ya llevo esta carga de tener que morir por ti, también puedo aguantar remordimientos que deberían ser tuyos.
- Preferiría ahorrártelos.
- De hecho, no vienes haciendo otra cosa desde que nací.
- Eres un ingrato, como todos los hijos.
- Dejémonos de fingimientos y dime qué va a ser la Inquisición –exigió Jesús.
- La Inquisición, también llamada Tribunal del Santo Oficio, es el mal necesario, el instrumento cruelísimo con el que atajaremos la infección que un día, durante largo tiempo, se instalará en el cuerpo de la Iglesia por vía de las nefandas herejías, a las que se suman unas cuantas perversiones de lo físico y de lo moral, lo que, todo junto y puesto en el mismo saco de horrores, sin preocupaciones de prioridad y orden, incluirá a luteranos y a calvinistas, a molinistas y judaizantes, a sodomitas y a hechiceros, manchas algunas que serán del futuro, y otras de todos los tiempos.
- Y siendo la necesidad que dices, ¿cómo procederá la Inquisición para reducir esos males?
- La Inquisición es una policía y un tribunal, por eso tendrá que aprehender, juzgar y condenar como hacen los tribunales y las policías.
- ¿Condenar a qué?
- A la cárcel, al destierro, a la hoguera.
- ¿A la hoguera dices?
- Sí, van a morir quemados, en el futuro, millares y millares y millares de hombres y de mujeres.
- De algunos ya me has hablado antes.
- Ésos fueron arrojados a la hoguera por creer en ti, los otros lo serán por dudar.
- ¿No está permitido dudar de mí? -preguntó Jesús.
- No.
- Pero nosotros podemos dudar de que el Júpiter de los romanos sea dios.
- El único Dios soy yo, yo soy el Señor y tú eres mi Hijo.
- ¿Morirán miles?
- Cientos de miles.
- Cientos de miles de hombres y mujeres, la tierra se llenará de gritos de dolor, de aullidos y de estertores de agonía, el humo de los quemados cubrirá el sol, su grasa rechinará sobre las brasas, el hedor repugnará y todo esto será por mi culpa.
- No por tu culpa, por tu causa.
- Padre, aparta de mí ese cáliz.
- El que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria.
- No quiero esa gloria.
- Pero yo quiero ese poder.
En ese momento la niebla se alejó hacia donde antes estaba, ya se podía ver el agua alrededor del barco de Jesús, lisa y opaca, sin una arruga de viento o una agitación de brisa.
Y entonces el Diablo dijo: “es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre”.
José Saramago. “El evangelio según Jesucristo”. 1991.
- La Inquisición es otra historia interminable –respondió Dios en tono fatigado.
- Quiero conocerla.
- Sería mejor que no.
- Insisto.
- Vas a sufrir en tu vida de hoy remordimientos que son del futuro.
- ¿Tú no? –preguntó Jesús.
- Dios es Dios, no tiene remordimientos.
- Pues yo, si ya llevo esta carga de tener que morir por ti, también puedo aguantar remordimientos que deberían ser tuyos.
- Preferiría ahorrártelos.
- De hecho, no vienes haciendo otra cosa desde que nací.
- Eres un ingrato, como todos los hijos.
- Dejémonos de fingimientos y dime qué va a ser la Inquisición –exigió Jesús.
- La Inquisición, también llamada Tribunal del Santo Oficio, es el mal necesario, el instrumento cruelísimo con el que atajaremos la infección que un día, durante largo tiempo, se instalará en el cuerpo de la Iglesia por vía de las nefandas herejías, a las que se suman unas cuantas perversiones de lo físico y de lo moral, lo que, todo junto y puesto en el mismo saco de horrores, sin preocupaciones de prioridad y orden, incluirá a luteranos y a calvinistas, a molinistas y judaizantes, a sodomitas y a hechiceros, manchas algunas que serán del futuro, y otras de todos los tiempos.
- Y siendo la necesidad que dices, ¿cómo procederá la Inquisición para reducir esos males?
- La Inquisición es una policía y un tribunal, por eso tendrá que aprehender, juzgar y condenar como hacen los tribunales y las policías.
- ¿Condenar a qué?
- A la cárcel, al destierro, a la hoguera.
- ¿A la hoguera dices?
- Sí, van a morir quemados, en el futuro, millares y millares y millares de hombres y de mujeres.
- De algunos ya me has hablado antes.
- Ésos fueron arrojados a la hoguera por creer en ti, los otros lo serán por dudar.
- ¿No está permitido dudar de mí? -preguntó Jesús.
- No.
- Pero nosotros podemos dudar de que el Júpiter de los romanos sea dios.
- El único Dios soy yo, yo soy el Señor y tú eres mi Hijo.
- ¿Morirán miles?
- Cientos de miles.
- Cientos de miles de hombres y mujeres, la tierra se llenará de gritos de dolor, de aullidos y de estertores de agonía, el humo de los quemados cubrirá el sol, su grasa rechinará sobre las brasas, el hedor repugnará y todo esto será por mi culpa.
- No por tu culpa, por tu causa.
- Padre, aparta de mí ese cáliz.
- El que tú lo bebas es condición de mi poder y de tu gloria.
- No quiero esa gloria.
- Pero yo quiero ese poder.
En ese momento la niebla se alejó hacia donde antes estaba, ya se podía ver el agua alrededor del barco de Jesús, lisa y opaca, sin una arruga de viento o una agitación de brisa.
Y entonces el Diablo dijo: “es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre”.
José Saramago. “El evangelio según Jesucristo”. 1991.
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