Crónicas de la república independiente de Galicia
El Presidente hizo un rápido repaso a los últimos años del siglo XX, cuando se opusiera a la creación de las autonomías sin saber que unos años más tarde él iba a ser presidente de una de ellas y asimismo el inventor de la teoría de la administración única, que tanto daría que hablar posteriormente.
Pero los tiempos que más recordaba eran los primeros años del siglo XXI cuando, bien a su pesar, y de un modo que incluso consideró insultante, se le concedió la independencia a Galicia.
Resultó que los vascos y los catalanes se habían puesto insoportables pidiendo la autodeterminación primero y la independencia después; y a pesar de su enérgica repulsa, como gallego, a ese comportamiento antiespañol; el gobierno central, harto ya de tanta bronca autonómica, decidió concederle la independencia a Cataluña, País Vasco y Galicia.
De nada sirvieron las protestas gallegas: los de la meseta consideraron que, separadas Euskadi y Cataluña, y dado el avance del Bloque Nacionalista Galego, que ya tenía 30 diputados, iba a ser Galicia la que continuase incordiando. No dispuesto a seguir soportando nacionalismos irredentos, el gobierno declaró la independencia de las tres autonomías históricas y así fue como Galicia, sin quererlo, se vio convertida en república independiente.
El Presidente no pudo evitar un escalofrío cuando se acordó de los primeros días en que se encontró jefe de un país independiente: dudó mucho en cómo declararlo en la Constitución (que por supuesto, escribió él mismo). ¿República o Monarquía?
Tentado estuvo de declararlo Monarquía y establecer una nueva dinastía, de la que él, Manolo I, sería el fundador esgrevio. Por un momento se vio coronado en la catedral, con el botafumeiro volando y cien mil gaiteros tocando en la plaza del Obradoiro. Pero en seguida desechó la idea porque los reyes o se resignan a hacer papeles protocolarios o son destronados inmediatamente, y él no se conformaba con hacer de figurón ya que, recién cumplidos los 100 años, se encontraba como un toro en lo mejor de la vida.
Por eso decidió convertirse en Presidente de la República Independiente de Galicia: eso sí, presidente perpetuo, lo cual, además suponía una decisión absolutamente lógica.
En las cuatro últimas elecciones había salido elegido por mayoría absoluta, por lo que estaba bien claro qué era lo que querían los gallegos. Además, las elecciones son carísimas, con lo cual se ahorra una millonada si se suprimen; y además, sabiendo ya cuáles iban a ser los resultados, sería de tontos perder el tiempo y el dinero en un proceso electoral.
Así, decidió no convocar más elecciones, que las cosas estaban bien claras, y él se declaró constitucionalmente Presidente perpetuo. Con esta jugada, además, fastidiaba bien fastidiado al Bloque Nacionalista Galego que, al no haber elecciones, quedaba anclado en sus 30 diputados y ya podía gritar lo que quisiera, que gobernar gobernaría él con su mayoría absoluta.
Carlos Mella. “Luces de Fisterra (esperpento xacobeo)”. 1995.
Pero los tiempos que más recordaba eran los primeros años del siglo XXI cuando, bien a su pesar, y de un modo que incluso consideró insultante, se le concedió la independencia a Galicia.
Resultó que los vascos y los catalanes se habían puesto insoportables pidiendo la autodeterminación primero y la independencia después; y a pesar de su enérgica repulsa, como gallego, a ese comportamiento antiespañol; el gobierno central, harto ya de tanta bronca autonómica, decidió concederle la independencia a Cataluña, País Vasco y Galicia.
De nada sirvieron las protestas gallegas: los de la meseta consideraron que, separadas Euskadi y Cataluña, y dado el avance del Bloque Nacionalista Galego, que ya tenía 30 diputados, iba a ser Galicia la que continuase incordiando. No dispuesto a seguir soportando nacionalismos irredentos, el gobierno declaró la independencia de las tres autonomías históricas y así fue como Galicia, sin quererlo, se vio convertida en república independiente.
El Presidente no pudo evitar un escalofrío cuando se acordó de los primeros días en que se encontró jefe de un país independiente: dudó mucho en cómo declararlo en la Constitución (que por supuesto, escribió él mismo). ¿República o Monarquía?
Tentado estuvo de declararlo Monarquía y establecer una nueva dinastía, de la que él, Manolo I, sería el fundador esgrevio. Por un momento se vio coronado en la catedral, con el botafumeiro volando y cien mil gaiteros tocando en la plaza del Obradoiro. Pero en seguida desechó la idea porque los reyes o se resignan a hacer papeles protocolarios o son destronados inmediatamente, y él no se conformaba con hacer de figurón ya que, recién cumplidos los 100 años, se encontraba como un toro en lo mejor de la vida.
Por eso decidió convertirse en Presidente de la República Independiente de Galicia: eso sí, presidente perpetuo, lo cual, además suponía una decisión absolutamente lógica.
En las cuatro últimas elecciones había salido elegido por mayoría absoluta, por lo que estaba bien claro qué era lo que querían los gallegos. Además, las elecciones son carísimas, con lo cual se ahorra una millonada si se suprimen; y además, sabiendo ya cuáles iban a ser los resultados, sería de tontos perder el tiempo y el dinero en un proceso electoral.
Así, decidió no convocar más elecciones, que las cosas estaban bien claras, y él se declaró constitucionalmente Presidente perpetuo. Con esta jugada, además, fastidiaba bien fastidiado al Bloque Nacionalista Galego que, al no haber elecciones, quedaba anclado en sus 30 diputados y ya podía gritar lo que quisiera, que gobernar gobernaría él con su mayoría absoluta.
Carlos Mella. “Luces de Fisterra (esperpento xacobeo)”. 1995.
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