Citas para la reflexión

18 enero, 2008

El abominable hombre de las nueve

Una de las cosas que más me llamaron la atención al llegar a España fueron sus horarios. Por ejemplo, a las cinco de la tarde, cuando en la mayoría de los países terminaba la jornada laboral, aquí recién comenzaba la actividad vespertina.

Según he podido enterarme leyendo una interesante entrevista a Ignacio Buqueras, que preside una comisión para armonizar nuestros horarios con los europeos, antes de 1930 los horarios españoles no diferían de los de aquellos: se almorzaba entre las doce y la una y se cenaba de siete a ocho de la tarde.

El cambio vino con la guerra civil y las razones quizá puedan estar en las dificultades de la posguerra y, sobre todo, en el pluriempleo.

Pero es curioso que ahora, cuando España es uno de los países más prósperos del mundo, los españoles sigan siendo los que cumplan alrededor de doscientas horas más de trabajo al año. Muchas de ellas no remuneradas porque existe una ley tácita que impide que uno se marche antes que el jefe, y si el jefe se queda hasta las nueve...

La precariedad laboral hace que nadie se atreva a revindicar sus derechos. Ni los empleados ni el jefe. Porque éste está haciendo a su vez buena letra para complacer a sus superiores; sus superiores por su parte alargan la jornada para dar buen ejemplo, y así resulta que de cinco a nueve todo el mundo trabaja gratis.

Además, hay que decir que, a pesar de que en España se trabajen más horas, nuestra productividad es baja y en la Unión Europea somos los terceros por la cola.

En otras palabras, se da más valor a la presencia que a la eficacia.

Extracto de un artículo publicado en 2006.