Sugestión poshipnótica
–Bueno –dijo el sargento Cortez– basta de sugestión.
Y los efectos de la sugestión poshipnótica cesaron.
Al principio la cosa fue lamentable. Muchos reclutas estuvieron a punto de enloquecer ante el recuerdo de aquellos mil asesinatos sangrientos. El sargento Cortez ordenó que todo el mundo tomara una píldora sedante. Quienes estaban demasiado alterados debían tomar doble dosis. Por mi parte, tomé dos sin que nadie me lo indicara.
Porque en verdad todo aquello había sido un asesinato, una carnicería sin atenuantes. Una vez tuvimos burlado su defensa antiaérea, no corríamos ningún peligro. Los taurinos parecían ignorar el concepto de la lucha personal.
En aquel primer encuentro entre la humanidad y los miembros de la otra especie inteligente, nuestra actitud había sido la de reunirlos como un rebaño para una masacre total. ¿Qué habría pasado si hubiésemos tratado de comunicarnos con ellos?
Después de aquello, pasé mucho tiempo repitiéndome que no había sido yo quien despedazara tan ferozmente a aquellas aterrorizadas criaturas. Ya en el siglo XX se había establecido, a satisfacción de todos, que lo de “yo tenía órdenes que cumplir” no era excusa adecuada para la falta de humanidad... Sin embargo, ¿qué puede uno hacer cuando las órdenes provienen de lo más profundo, desde allí donde una marioneta gobierna el inconsciente?
Lo peor era la sensación de que tal vez mi conducta no era tan inhumana. Sólo unas pocas generaciones antes, mis antepasados habían hecho lo mismo aún a sus propios congéneres sin necesidad de condicionamiento hipnótico. Me sentía disgustado con la raza humana, asqueado por el ejército y horrorizado ante la perspectiva de soportarme a mí mismo durante todo un siglo...
Afortunadamente, siempre se podía recurrir a lavado de cerebro.
extracto de un libro escrito en 1974
Y los efectos de la sugestión poshipnótica cesaron.
Al principio la cosa fue lamentable. Muchos reclutas estuvieron a punto de enloquecer ante el recuerdo de aquellos mil asesinatos sangrientos. El sargento Cortez ordenó que todo el mundo tomara una píldora sedante. Quienes estaban demasiado alterados debían tomar doble dosis. Por mi parte, tomé dos sin que nadie me lo indicara.
Porque en verdad todo aquello había sido un asesinato, una carnicería sin atenuantes. Una vez tuvimos burlado su defensa antiaérea, no corríamos ningún peligro. Los taurinos parecían ignorar el concepto de la lucha personal.
En aquel primer encuentro entre la humanidad y los miembros de la otra especie inteligente, nuestra actitud había sido la de reunirlos como un rebaño para una masacre total. ¿Qué habría pasado si hubiésemos tratado de comunicarnos con ellos?
Después de aquello, pasé mucho tiempo repitiéndome que no había sido yo quien despedazara tan ferozmente a aquellas aterrorizadas criaturas. Ya en el siglo XX se había establecido, a satisfacción de todos, que lo de “yo tenía órdenes que cumplir” no era excusa adecuada para la falta de humanidad... Sin embargo, ¿qué puede uno hacer cuando las órdenes provienen de lo más profundo, desde allí donde una marioneta gobierna el inconsciente?
Lo peor era la sensación de que tal vez mi conducta no era tan inhumana. Sólo unas pocas generaciones antes, mis antepasados habían hecho lo mismo aún a sus propios congéneres sin necesidad de condicionamiento hipnótico. Me sentía disgustado con la raza humana, asqueado por el ejército y horrorizado ante la perspectiva de soportarme a mí mismo durante todo un siglo...
Afortunadamente, siempre se podía recurrir a lavado de cerebro.
extracto de un libro escrito en 1974
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